Turbulencias

No sabía si titular este artículo «Turbulencias» o «Flatulencias», pero al final me he inclinado por el primero porque el otro depende de la flora intestinal de cada uno. Las turbulencias, en cambio, las sufrimos todos los catalanes por igual desde los memorables días previos al fricandó del 1-O y todavía no han acabado gracias al artículo 155. Y si he decidido no leer más sondeos electorales hasta la noche de infarto del jueves de marras es para no alterarme más. Si les hacemos caso, Cataluña estará gobernada o por la señorita coliflor o por la señorita zanahoria y, francamente, las dos me resultan igual de indigestas aunque estemos hablando de la primera presidenta de la Generalitat de la historia moderna de la patria que tanto llora Oriol Junqueras desde la prisión de Estremera.

Los nervios despuntan en el procesismo. Todavía inmerso en el falso relato que asegura que la culpa de todo la tienen siempre los otros, ha descubierto que la política va de pisar el callo del vecino y que si los republicanos tienen la opción de ganar las elecciones no cederán el paso a un cada día más tronado Carles Puigdemont. Por mucho que el ex-presidente levite, menee la cabellera oxigenada o tenga el don de la ubicuidad gracias a las teleconferencias, los mensajes plasmáticos o los hologramas. El disgusto no acaba aquí. También ha constatado que la democracia va de votar y que si el 21-D vota todo el mundo –incluso los que no han querido votar nunca en unas elecciones autonómicas porque Cataluña les importa un pimiento- podría ser que el próximo gobierno lo presidiera un partido que quiere destruir todo lo que huela a catalanidad.

Pensando en todo esto, el sábado pasado tuve una epifanía que me puso los pelos de punta y me obligó a retomar la ingesta de ansiolíticos. Se me reveló con una claridad escalofriante que si gana la señorita zanahoria tendremos que hablar, escribir y pensar directamente en castellano porque en el caso de hacerlo en catalán como hasta ahora deberemos proceder inmediatamente a la traducción simultánea si no queremos ir a parar a la cárcel por antipatriotas. Ahora que tampoco descarto acabar hablando como lo hacen los del upper Diagonal mental, es decir, mezclando castellano e inglés e intercalando de vez en cuando una catalanada para que el discurso quede más exótico.

Seguía pensando que quizás nos iría bien un abrazo navideño para rebajar un poco la tensión general. No hablo de un abrazo de familiares o amigos, muy sobrevalorados, sino uno de un buen profesional. Me vino enseguida a la cabeza la presunta santa hindú Mata Amritanandamayi Devi, Amma para los iniciados y desconsolados que la conocen y que suman 33 millones, según su equipo de márketing. La presunta santa vive desde hace años de ir dando abrazos por el mundo y visita España desde hace dos décadas. Cometí el error hace unos años de acompañar a una amiga bastante desequilibrada al aquelarre organizado en Barcelona. Hicimos una cola interminable de seis horas para conseguir oler de cerca su sobaco después de efectuar la obligada aportación voluntaria a la causa. Yo todavía arrastro el trauma de haber tenido que soportar miles de chiflados cantando mantras a la vez, pero mi amiga ha mejorado bastante desde entonces y ya acumula tres divorcios amistosos.

Sin embargo, el disgusto ha sido mayúsculo. Por miedo a la situación política catalana Amma trasladó su cuartel general a Valencia como La Caixa y sólo ha abrazado a españoles. Los abrazos amorosos de la madre sudada se hicieron a principios de mes durante tres días y fueron un éxito de convocatoria porque el proceso catalán ha provocado mucho desasosiego. Es una pena porque creo que a los ex-consejeros Rull y Turull –a partir de ahora Dupont y Dupont- les habría ido muy bien un buen meneo para superar el trauma vivido en la prisión, donde han compartido ducha, lavabo y váter. Dupont y Dupont lo han pasado fatal porque el menú no era de carta y la comida achicharrada les ha provocado flatulencias. Por suerte, han podido jugar al ping-pong, estudiar francés e ir a misa. Dios aprieta pero no ahoga.

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