Holograma Puigdemont

Ha comenzado la campaña electoral y en estos quince días todo es posible. A pesar de ser unos comicios ilegítimos convocados por Rajoy –y no por Puigdemont- deprisa y corriendo dentro del marco constitucional del 155, ningún partido procesista ha sido lo suficientemente inconsciente como para boicotearlos. Al revés, todo el mundo se presenta, incluso el mismo presidente de la Generalitat destituido, cosa que demuestra que tenía razón aquél que un día no muy lejano tuiteó que fue desenterrar la momia de Dalí y comenzar de nuevo el surrealismo. Que la campaña del 21-D será un festival del humor y un insulto a los electores es indudable. Sólo hace falta ver el nivel de los candidatos. Comenzando por el señor García –en honor a Carme Forcadell- e Inés Arrimadas –maquillada como si fuera la novia cadáver-, y acabando por el resto.

Para comenzar, harían bien los estrategas de los comunes en reducir al máximo las actuaciones de Pablo Iglesias durante la campaña catalana porque es abrir la boca el secretario general de Podemos y perder votos el presidenciable Puigdomènech. Acusar al independentismo de habernos llevado a las puertas del abismo sabiendo que su proyecto político era mentira es correcto porque ellos mismos lo han admitido hasta que la presidenta María Magdalena les ha hecho callar. Ahora bien, decir que ha contribuido a despertar el fantasma del fascismo es una barbaridad. Primero, porque en España siempre ha habido fascismo. Disfrazado de franquismo, pero al fin y al cabo fascismo bien despierto y bien infiltrado en todos los aparatos del Estado. Y segundo, porque en este caso, los apaleados y encarcelados han sido los independentistas. Siempre al lado de las víctimas, señor Iglesias, aunque sean unos insensatos.

A los candidatos García y Arrimadas no les dedicaré mucho espacio porque cualquier comentario malévolo que pueda hacer quedaría inmediatamente superado por la realidad. Concentraré mis energías como es habitual en la cabellera de Puigdemont, cada día más repeinada por el asesoramiento de la peluquera Elsa Artadi, a quien algunos medios de comunicación de Madrid ya señalan maliciosamente como la substituta de Marcela Topor, invisible desde que el hijo del pastelero huyó a Bruselas. El amor es un misterio y yo prefiero no hablar de ello por respeto e ignorancia. Sin embargo, el ex-presidente que no lo quiere ser ha cambiado desde que está autoexiliado en la capital de la UE y esto me preocupa. Sólo dos detalles. El primero es que la americana no le abrocha, lo cual quiere decir que el disgusto no le ha quitado el hambre. El segundo es esta mirada sospechosa que gasta y que, mucho me temo, no se debe a la ingesta excesiva de mejillones.

No sé si el endiosado Puigdemont es todavía de este mundo, pero la idea del equipo de campaña de los convergentes tuneados de substituir en los mítines a su candidato ausente por hologramas como hizo el francés Melénchon con desigual éxito me parece tan moderna que sólo por eso ya se merecen quedar los segundos. ¡Ríete del anacrónico plasma de Rajoy! Ha sido leer la noticia en El Nacional y recordarme del famoso holograma de la princesa Leia, toda de blanco y con las trenzas de orejeras, pidiendo ayuda a Obi Wan minutos antes de ser detenida por la guardia pretoriana de Darth Vader. Imagino que Leia es Puigdemont i que Darth Vader es Rajoy. Lo que no acabo de ver claro es quién hace de Obi Wan. Probablemente por eso la guerra de Puigdemont está condenada al fracaso: el único caballero jedi con el que podría contar es Jordi Pujol. Mejor que no lo haga.

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