Pecados veniales

Mi amigo R. me explica muy contento que el 7 de diciembre se va de excursión a Bruselas a reclamar la libertad de los Jordis. Le digo que si fuera así, lo más lógico sería ir a la prisión de Soto del Real, que es donde están encerrados. Se queda muy parado con mi comentario. Para acabar de desconcertarlo le recuerdo malévolamente que la campaña electoral comienza el 5 de diciembre y que él, que siempre ha sido un anticonvergente declarado, irá a la capital europea a dar apoyo al candidato de los convergentes tuneados pagándoselo de su bolsillo. Se le borra la sonrisa de la cara. Admite que es una paliza de autocar porque van y vuelven el mismo día y que si va es para no hacer un feo a sus amigos de Sant Quirze. No me lo puedo creer, pero le perdono el pecado a cambio de unos bombones Godiva.

Este lunes ha hecho un mes del final del cuento de hadas republicanas que nos explicó el gobierno de Carles Puigdemont y todavía hay catalanes que no saben que los reyes son los padres. Y no será por falta de información sobre la gestión gubernamental de las semanas previas al desastre que nos ha llevado a la intervención del autogobierno. Ni tampoco por las declaraciones de algunos de los protagonistas admitiendo que todo fue una comedia y a los que la presidenta Marta Rovira, María Magdalena a partir de ahora, ha ordenado callar. Vistos los sondeos electorales publicados estos días, mucho me temo que al día siguiente del 21-D seguiremos coexistiendo en dos realidades paralelas. Apuntan las encuestas que los dos bloques antagónicos van a la par y que el partido de la equidistante hAda Colau es quien tendrá la llave de la gobernabilidad. Querría decir que me quedo más tranquila, pero no.

Como el planeta Alderaan a punto de ser fulminado por la Estrella de la Muerte, vaticino que Cataluña avanza hacia la extinción de forma inexorable. Y es que no se me ocurre una manera mejor de definir una futura Generalitat presidida por Inés Arrimadas o María Magdalena, o una repetición interminable de las elecciones catalanas hasta que salga un resultado normal que agrade a los señores del artículo 155. Mientras llega el fin del mundo me concentro en la búsqueda de señales que me confirmen que los catalanes estamos condenados. Las encuentro en unas declaraciones del diputado del Congreso español Joan TardàEldiario.es asegurando que la unilateralidad es «un pecado venial». Los pecados mortales hay que buscarlos en la Moncloa. Dice Tardà que no entiende a los procesistas decepcionados, aunque admite que a pesar de haber declarado la independencia «ni tan solo tenemos una fotografía para la historia». Es lógico. Fue proclamarla y salir medio gobierno corriendo hacia Bruselas.

Otro indicio del desastre inminente es que los asesores de Miquel Iceta le han prohibido bailar durante la campaña. Por lo visto es la primera vez que el PSC cree de verdad que puede ganar unas elecciones catalanas él solito y por eso consideran «poco presidenciable» la desmadejada danza del vientre del primer secretario catalán que tanta salsa había puesto en las aburridas campañas del candidato Sánchez. Algún sector progresista catalán sigue todavía en estado de shock por el selfie de Iceta, Millo, García y Montserrat en la manifestación españolista del 29 de octubre, pero todo tiene una explicación. Por lo visto, el día siguiente al 1-O en la sede de la calle Nicaragua se les apareció San Judas Tadeo, patrón de los imposibles, para anunciarles que tenían que buscar el voto a la derecha del Padre porque el asiento de la izquierda no independentista estaba ya ocupado por un tal Domènech.

Que los catalanes hemos venido a este mundo a sufrir por pecadores lo sabemos todos gracias a las enseñanzas del nacionalcatolicismo español. Rezo para que a Oriol Junqueras no le hayan llegado las declaraciones del arzobispo de Valencia diciendo que «no se puede ser independentista y buen católico a la vez». Reconozco que las afirmaciones tan poco cristianas de mosén Cañizares pueden quitar el apetito al patriota más creyente, así que no sería de extrañar que si el líder republicano sale de la cárcel con gafas de sol no le reconozca nadie por su mengua volumétrica. Lo digo por la amenaza de excomunión pero también por otros disgustos como el Catexit que plantea ahora un Puigdemont más desmelenado que nunca porque al final ha descubierto que Europa no nos quiere.

Quien sí me consta que está perdiendo peso es Joaquim Forn. Acostumbrado a los festines de su época de eterno concejal de Barcelona y de breve consejero catalán, no digiere bien el rancho de la cárcel. Totus sumus peccatores.

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