Mariano Rajoy masacra Cataluña

La actuación absolutamente infame de la Policía Nacional y de la Guardia Civil contra la población movilizada para participar en el referéndum de independencia del 1-O pasará a los anales de la historia de Cataluña cómo uno de los episodios más abyectos. Es tan gordo y horroroso el error de quien dio las instrucciones operativas de atacar a la gente concentrada ante los colegios electorales que, en códigos democráticos europeos, esto exige la destitución fulminante del ministro del Interior, Juan Ignacio Zoido, y, en caso de que Mariano Rajoy no lo haga, se impone la presentación inmediata de una moción de censura contra el presidente del gobierno.

Se puede estar a favor o en contra de la independencia de Cataluña -yo no lo estoy y así lo he razonado y explicado en numerosos artículos- pero, de ninguna de las maneras, se puede tolerar ni justificar un despliegue de represión indiscriminada y absolutamente gratuita como el que vivimos el pasado domingo. Los casi mil heridos y contusionados que han dejado las cargas policiales en las calles de nuestros pueblos y ciudades son el termómetro de esta insólita y exacerbada respuesta a la orden de cerrar los colegios electorales que dio la juez del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña (TSJC) Mercedes Armas en vísperas del referéndum el 1-O.

La falta de inteligencia emocional y política del coronel Diego Pérez de los Cobos, el responsable de coordinar los cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado en este operativo, pone su nombre en la ignominiosa lista de sanguinarios represores que, a lo largo de los siglos, han masacrado a la población catalana. El delegado del gobierno en Cataluña, Enric Millo, también se ha cubierto de gloria. Se supone que conoce muy bien el país y la sociología de la gente, puesto que nació en Terrassa, ha pasado muchos años en Girona y, antes de militar en el PP, lo había hecho en un partido catalanista como Unió Democràtica. Pero su falta de criterio para evitar los ataques desmesurados del dispositivo policial trasladado a Cataluña ha liquidado, de manera nada honorable, su carrera política.

El silencio sepulcral del rey Felipe VI en estas horas críticas le pasará factura. La Constitución le asigna las funciones de jefe del Estado y, ante la escalofriante dimensión del desastre democrático que se ha producido en Cataluña -y del cual se hace eco la totalidad de la prensa internacional- tendría que haber reaccionado rápidamente para parar este monumental despropósito que mancha, con la marca del oprobio, su reinado. ¿Con qué autoritas podrá venir, desde ahora, a Cataluña si antes no expresa, de manera explícita, su contundente condena de los hechos que han sucedido este pasado 1-O y pide públicamente perdón por esta increíble agresión colectiva?

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