Coreografías ANC, SA

Si por haber alcanzado sus objetivos, o todo lo contario, la ANC se queda sin trabajo, bien podría lanzarse a la conquista de nuevos mercados, dado el impresionante know how coreográfico adquirido a lo largo de su aún corta existencia.

«La coreografía (literalmente «escritura de la danza», también llamada composición) es el arte de crear estructuras en las que suceden movimientos», dice la Wikipedia. De lo cual no parece arriesgado colegir que, si algo responde a esta descripción y la lleva hasta el paroxismo es, sin duda, la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y, por simpatía, el denominado «procés«.

La ANC es una asociación privada que tiene por objetivo alcanzar la independencia política de Cataluña. Desde el año 2015 está presidida por Jordi Sànchez, que relevó a Carme Forcadell, actual presidenta del Parlamento de Cataluña. Empezó con una reunión, celebrada el 30 de abril de 2011, bajo el título de Conferencia Nacional para el Estado propio y se fundó formalmente el 10 de marzo de 2012, en el Palau Sant Jordi de Barcelona. Desde entonces, el territorio catalán ha sido objeto de copiosas iniciativas de la organización, destinadas, al parecer, a fomentar el fervor patrio, tales como la colocación de «esteladas» en todo promontorio, ruina, pared, campanario u elemento donde luzcan y se visualicen, con especial preferencia por las entradas y salidas de los pueblos. Con ello, Cataluña debe estar batiendo el récord Guinness de países más abanderados del planeta.

Pero donde la ANC ha puesto más en evidencia sus habilidades coreográficas es, sin duda, en las celebraciones de la Diada del 11 de septiembre. En su última edición, la coreografía consistió en 48 tramos, además de la fila 0, que en cuatro direcciones formaban una cruz, en la que se desplegaron cuatro mega-pancartas. La camiseta, uno de los iconos más significativos de las diadas de la ANC, diseño de Jordi Calvís y «fabricada íntegramente en Cataluña», como resalta la organización, ha sido este año de color amarillo fosforito, quizá reflejo de la calentura del «procés».

Con anterioridad, y en consonancia con el manual del buen coreógrafo, las diadas de la ANC se han ido metamorfoseando, para así impresionar más y mejor al público. El pasado año decidió trasladar de Barcelona al territorio la manifestación del 11 de septiembre (descentralizada, pero simultánea) para así facilitar las cosas, se dijo. La camiseta fue en esta ocasión estampada con un «11 ganador» y se pidió a los participantes que pusieran sus nombres con rotulador. El 11 de septiembre de 2015, la coreografía formó una «V» humana, alegoría de «vía libre a la república catalana». En consonancia, la camiseta lucía una «V» invertida, en forma de cúspide. En 2013 y 2014, las diadas, encorsetadas por la ANC, resultaron algo más espontáneas, aunque la ANC, atenta al negocio, denunció la venta de «camisetas-pirata»; es decir, no fabricadas y vendidas por ella. Nada de extraño si se tiene en cuenta que la venta de camisetas y packs de bandera y rotulador proporciona a la ANC ingresos millonarios, según ella misma proclama. Y, visto el beneficio, hasta ha creado una tienda virtual.

Junto a estas mega-coreografías del 11-S, la ANC organiza una lluvia fina de actos más o menos locales y por todo el territorio como, por ejemplo, el de gusto más bien macabro, de llenar de cruces plazas de ciudades como Vic u Olot, acusando al gobierno español de ser responsable de la crisis del sistema sanitario catalán. Coreografía que, perfectamente, podría haber estado promovida por el ex-consejero de Sanidad y jefe del lobby de la sanidad privada, Boi Ruiz, que dedicó su mandato a vender de saldo y a trozos la sanidad pública catalana. Encendido de 15.000 velas simbolizando una urna en la plaza de Cataluña, marchas de las antorchas del 10 de septiembre, castellers, desfiles de encartelados, silbadas, instrumentalización de eventos (como el de las esteladas en la manifestación contra el atentado terrorista) etc, etc. La imaginación de la ANC parece no tener límites. Hasta la torre Eiffel han llegado reproducciones coreográficas de las diadas, que este año ha contado con el «baile de las atxas», mezcla de danza de bastones, country y «Macarena«.

Viene de largo la tradición nacionalista por el encuadramiento y la uniformización. Se podrían citar a centenares los ejemplos de ello, algunos más bien innombrables. También son conocidos los amantes de las marchas de antorchas y espectáculos similares. Pero en el caso de la ANC, tal querencia cuenta al menos con dos elementos diferenciales: la televisión, para la cual están diseñadas muchas de las coreografías; y el estilo campestre, familiar y de guardería que impregna sus actos. La simbiosis TV3-diadas, con sus colorinescas formaciones de camisetas, crean un halo mágico que para sí hubieran querido los jesuitas creadores del barroco. Los efectos especiales de las cámaras replican y expanden ad infinitum el mensaje coreográfico. Y la gente, la masa que diría Elias Canetti, entendida como comparsa, es ordenada, conformada, uniformada… Lejana, infinitamente lejana, queda la pluralidad cívica.

En las antípodas del magnífico Georges Brassens («El 14 de julio yo me quedo en mi cama blandita / La música que marca el paso me trae sin cuidado»), los coreógrafos de la ANC cultivan la imagen de que son ellos el pueblo y representan sus intereses, más allá de los partidos políticos. En tal sentido y no desprovista a veces de agresividad, la ANC reparte advertencias, exigencias y hasta amenazas más o menos veladas, marca la agenda política, se acaudilla. Todo ello sin absolutamente ninguna legitimación democrática, desde un interés privado. «¡Presidente, ponga las urnas!», clamó Carme Forcadell, siendo presidenta de la ANC. No es casual que, en tal sentido, el lehendakari Urkullu ha llegado a decir que uno de los problemas más graves que tiene la política catalana es la existencia de organizaciones no sometidas a control democrático.

De Òmnium Cultural, prima-hermana de la ANC, podría decirse algo parecido, con alguna particularidad, como haber contado entre sus fundadores con el padre del ladrón del Palau, Félix Millet (entre otros nombres del dinero), o exhibir un perfil más chapado a la antigua y agresivo. Su actual presidente es Jordi Cuixart i Navarro, fundador y director general de Aranow Packaging Machinery, miembro del Centro Metalúrgico de Cataluña y fundador de la asociación empresarial FemCAT. «Ya no hay tiempo para ambigüedades: o guerra sucia o democracia» es una de las frases que el empresario conducator gusta regalar. Y, como el amo, no se corta un pelo a la hora de decir, por ejemplo, que «las entidades deben garantizar que el proceso es transversal, interclasista e intergeneracional. Y los políticos, deben hacer de políticos». Porque, claro, todo el mundo sabe que en lenguaje acuñado por el «procés«, «entidades» quiere decir ANC y Òmnium.

En cualquier caso, las coreografías ANC en nada se contradicen con el espíritu, las formas y los hechos del «procés«, sino todo lo contrario. Parecen hechos el uno para el otro y viceversa. La propaganda, el encapsulamiento jurídico, los trampantojos grandes y pequeños, las mentiras y mentirijillas, hacen que el proyecto nacionalista catalán se parezca más a un espectáculo o diversión que, como tal, tiene como finalidad mover el ánimo del público, infundiéndole deleite, asombro, dolor u otros afectos más o menos vivos o nobles.

Así las cosas, la conquista de nuevos mercados está para la ANC al alcance de la mano. Dado su estatus privado y su no muy oculto ánimo de lucro, no tiene más que hacer de su Junta un Consejo de Administración y a su hasta ahora único fin (lograr la independencia de Cataluña) añadirle algunos otros, como la promoción de alguno de los numerosísimos lobbies afincados en nuestro territorio, la evaporación de los problemas reales de la gente mediante encantamientos o el fomento de la estulticia. Eso sí, con el imprescindible concurso de la televisión pública y las adecuadas vías de financiación, entre las cuales ocupa un puesto de honor el dinero público.

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