Un Dalai Lama de pacotilla

No ha habido manera y Oleguer Pujol Ferrusola me tendrá que disculpar si se me escapa la risa. Cada vez que cierro los ojos e intento visualizar a su padre como el Dalai Lama catalán, las únicas imágenes que me viene a la mente han sido las del malcarado maestro Yoda torturando al pobre Skywalker y las de Kuato, el oráculo mutante de la película Desafío Total. Dice el pequeño de la estirpe familiar más famosa de Cataluña que lo que se ha hecho con su padre no tiene nombre. Después de darlo todo por la patria ahora se quiere desacreditar y desterrar a Jordi Pujol. «Lo que tienen contra él es lo que China puede tener contra el Dalai Lama», ha explicado a Rac 1 sin darse cuenta de la ofensa que su comentario frívolo puede provocar entre los budistas tibetanos.

Las comparaciones son odiosas y ésta lo es todavía más. De momento, al líder espiritual tibetano no se le conocen dineros escondidos en paraísos fiscales ni blanqueo de capitales ni negocios de dudosa legalidad como los que presuntamente salpican a algunos miembros del clan. A diferencia del Dalai Lama de pacotilla, siempre cabreado, el de verdad regala la sonrisa del que se sabe en paz consigo mismo y con el mundo. Una vez más Oleguer ha utilizado el sobado discurso que relaciona el asedio a su familia con el proceso soberanista y ha explicado que el linchamiento es porque su padre es una «pieza clave del proceso» olvidando que por no existir, ya no existe ni Convergencia. Al menos oficialmente.

Estoy convencida que el hipster Oleguer dice lo que dice de corazón, convencido del papel imprescindible que su padre ha tenido en la historia de la Cataluña moderna, que sólo unos pocos desmemoriados niegan. Otra cosa es aprovecharse del cargo político para hacer negocios y ampliar la fortuna familiar, cosa que al hijo educado en el templo jesuístico del neoliberalismo catalán le debe parecer normal. Es cierto que de toda la familia, el benjamín ha sido siempre el más independentista y ya hacía de las suyas en la Crida de los años ochenta con Marc Prenafeta, su amigo inseparable, con quien participó en la monumental pitada al rey de España durante la inauguración del Estadio Olímpico el 8 de septiembre de 1989. Sin embargo, cuando se trata de hacer dinero la patria ya no pesa tanto.

Debe de ser un golpe muy duro para los que lo han tenido todo por apellidarse como se apellidan pasar a ser unos apestados precisamente por la misma razón. Oleguer lo sabe porque, por lo que ha explicado, lleva cinco años sin poder trabajar en Cataluña porque nadie quiere hacer negocios con un Pujol y menos con un Pujol Ferrusola. A mí lo que realmente me sorprende es cómo ha podido vivir cinco años así y tener esta buena cara. En mi entorno más próximo, tanto aquellos amigos como conocidos que han agotado la prestación de paro soportan su desesperación gracias a los antidepresivos. Celebro que no sea su caso y me pregunto si esta vida regalada que lleva en su mansión del Tibidabo es gracias a los ahorros, a los negocios en España, al dinero no declarado o a la fortuna de su esposa, Sònia Soms, hija de la alta burguesía textil de Terrassa. Sea como sea, la estrategia mediática familiar de dar pena no funciona.

A diferencia de Josep, que hace unos días admitió que no podía poner la mano en el fuego cuando se le preguntaba por la honestidad de Júnior, Oleguer sí que la pone y mantiene que su encarcelamiento es un intento del PP de distraer la atención sobre el caso Lezo que salpica a la cúpula popular madrileña. Asegura que no son una organización criminal sino una familia normal. Cada uno hace su vida y tiene sus negocios, y lo único que les une -aparte del amor a la patria, a Cristo y al dinero- es la maldita herencia del abuelo Florenci. Llegados a este punto, supongo que la campaña de los Pujol-Ferrusola seguirá con nuevas apariciones estelares y espero que la guinda la ponga la madre superiora con sus sensatas palabras.

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