¡Qué espabilados estos valencianos! Han montado una oficina antifraude y se nos han llevado a Joan Llinares. Entiendo que la tierra siempre tira y que volver a casa a respirar el perfume de los naranjos y a hacer lo que más te gusta, que es abrir cajones y ventilar despachos oficiales, es una oportunidad que se tiene que aprovechar. Además, en este caso supongo que la acumulación de mierda bajo las alfombras de los gobiernos populares debe ser descomunal y sé que a Llinares le van los retos. Sin embargo, yo me he quedado bien descolocada porque su marcha a Valencia a medio mandato del gobierno Colau deja algunos temas sin resolver y también interrogantes que tendrían que ser explicados para no levantar sospechas sobre la libertad y los medios que ha tenido para trabajar sin interferencias.
Con el retorno a casa del responsable de transparencia del consistorio, la hAda Colau pierde a uno de sus activos políticos más valiosos. Con la solvencia contrastada que le ha dado su paso por el Palau de la Música y la minuciosa investigación que hizo de la gestión del clan de ladronzuelos liderados por Fèlix Millet, Joan Llinares aterrizó en el Ayuntamiento de Barcelona con el prestigio de servidor de la cosa pública del que pocos pueden presumir. Él no puede ser acusado ni de sectario ni de dogmático porque no se presentaba a las elecciones bajo ninguna sigla y, a estas alturas de la legislatura, cuando la oposición está más rabiosa que nunca y el bipartito acusa la erosión de de dos años de mandato con sabor agridulce, perderlo es un lujo que puede salir caro.
Todo aquel que ha tenido la suerte de tratar con Llinares sabe que su principal grandeza es su afabilidad. A pesar de la importancia del cargo, a mí me hizo esperarlo sólo diez minutos y cuando acabamos la entrevista me dio una tarjeta con sus contactos oficiales donde también figuraba escrito a mano su móvil particular. Fue más de una hora de entrevista y en ningún momento se separó de la libreta, donde apuntaba diligentemente todo lo que le parecía interesante. Por cierto, una de las muchas cosas que se quedarán en el tintero con su marcha es la sospecha –infundada porque no se ha podido demostrar a pesar de que dicen que viene de la época Maragall- que los regidores salientes habrían cobrado una indemnización escondida en el finiquito, cosa que sería ilegal.
Más allá de los adioses loando la figura y el trabajo de Joan Llinares que hemos leído estos días en las redes sociales por parte de miembros de BComú, creo que es necesario que alguien del gobierno municipal con cierta relevancia política explique cómo quedan las cosas después de su marcha a Valencia y, sobre todo, quién le substituirá porque deja el listón muy alto. Me ha costado encontrar a alguien que pueda coger el relevo del implacable Llinares pero al final, pensando, pensando, he tenido una epifanía y me ha venido a los labios un nombre: Itziar González. No sé si la ex-regidora tiene ganas de complicarse la vida después de la amarga experiencia vivida en Ciutat Vella ni si es bienvenida en el selecto club de los Comunes, pero González es muy amiga de Llinares –aunque no tan afable como él-, forma parte del consejo que le asesora y es una voz muy crítica con la gestión municipal.
La última vez que vi a González fue con motivo de la rueda de prensa que diversas asociaciones vecinales hicieron para denunciar el caso del hotel del Palau y he de decir que está en plena forma. El proyecto urbanístico de dudosa legalidad y nula moralidad sigue adelante porque desde que el plenario aprobó en 2010 dejar sin efecto la obligatoria modificación del PGM, el expediente sigue paralizado y esto favorece a la cadena hotelera. El caso es delirante porque puede pasar que el Ayuntamiento tenga que indemnizar a Olivia Hotels por haber suspendido un proyecto con los permisos en regla. Itziar González fue muy contundente: exigió a Llinares que cortase el cuello del funcionario responsable y a la hAda Colau que resuelva el caso antes de acabar la legislatura.
