Los buenos negocios

El fascismo le vino de perillas a las grandes empresas. Por la misma razón, la bolsa norteamericana está superando estos días máximos históricos.

A pesar de que destacados miembros del nacionalsocialismo, como Joseph Goebbels y Otto Strasser, decían odiar el capitalismo, quizá creyéndose su propia pantalla, que lo asociaba a los judíos (otra analogía con Donald Trump), lo cierto es que para las grandes marcas del capitalismo, los años 40 fueron una época dorada. Por ejemplo, el Chase Bank, que ahora conocemos como J.P. Morgan Chase, colaboró en la financiación de operaciones nazis, incluida la congelación de cuentas a los judíos residentes en la Francia ocupada. Ford, condecorado con la Gran Cruz del Águila Alemana, aportó uno de cada tres camiones utilizados por el ejército de Hitler. Bertelsmann AG publicó propaganda nazi, incluidos títulos sobre esterilización y eutanasia. La filial alemana de Kodak fabricó gatillos, detonadores, etc., con mano de obra esclava. Allianz colaboró en el despojo a los judíos recluidos en campos de concentración. Bayer fue la proveedora del gas que se utilizó en las cámaras de exterminio. Nestlé colaboró en la creación del partido nazi en Suiza y, a cambio, se instituyó en proveedor exclusivo del ejército alemán. Y así sucesivamente: Volkswagen, Opel, Porsche, Thyssen, BASF, BMW, Daimler, Deutsche Bank, Friedrich-Krupp, Hoechst, Dresdner Bank…

Otro tanto ocurrió en Italia. También el régimen de Mussolini exhibió una retórica teatralmente anticapitalista, cosa que no le impidió proclamar que «el beneficio es privado e individual y la pérdida, pública y social». Ya en 1925, J.P. Morgan prestó a la Italia fascista 50 millones de dólares, que pronto se multiplicaron por ocho. Los jefes de la Asociación de la Banca, que habían pagado veinte millones para financiar la Marcha sobre Roma, y los líderes de la Federación de Industria y la Federación de Agricultura decidieron «que la única solución posible era un gobierno de Mussolini». Nada de extraño pues que los gobiernos fascistas alentaran la búsqueda del beneficio privado y ofrecieran grandes concesiones a los capitalistas.

El franquismo, que exhibía camisa azul proletaria, financió el golpe del 36 con el dinero del banquero y contrabandista Juan March, el hombre más rico e influyente de la España del 36 que, a cambio, obtuvo jugosos negocios a lo largo de toda la dictadura. En esa estela, bancos, aseguradoras, empresas energéticas, metalurgia, industrias agrarias… supieron aprovecharse de las ventajas que les ofrecía el régimen y con ello multiplicar estratosféricamente sus beneficios. Porque tras la retórica del bien común y del aparente dirigismo económico de los fascismos, lo que de verdad funcionaba era la prohibición de los sindicatos, los regulados salarios de miseria, el tráfico de influencias, la inexistencia de impuestos directos… y las mil y una miserias propias de las dictaduras, que tan buenos resultados suelen tener en los negocios. Si a ello se le añaden políticas dirigidas a promover el libre discurrir de los grandes intereses y algunos incentivos propios de las dictaduras, como las obras públicas, el desarrollo armamentístico e incluso alguna guerra, pues miel sobre hojuelas.

Igual que a sus antecesores de hace casi 80 años, las promesas de Donald Trump durante su campaña gustaron a Wall Street y lo que representa. Y ahora empiezan a materializarse. Para ello, se ha rodeado de lo más granado de los negocios, empezando con Goldman Sachs, lo que apunta a que la desregulación de sectores clave como la banca está al caer. Más ejército y armas (54.000 millones de dólares), más petróleo y oleoductos, más obras públicas (un billón de dólares), rebajas fiscales… Más desregulación, más explotación, más negocio, en definitiva. Nada pues de extraño que los parqués se disparen, que Wall Street y el Dow Jones de Industriales canten victoria.

¿Por qué, en definitiva, Wall Street se pone en máximos históricos gracias a Donald Trump? Porque Donald Trump favorece a Wall Street y a los ricos que lo manejan. El resto -la farfolla xenófoba, los líos de los servicios secretos, las patéticas imágenes del líder, las disquisiciones politológicas…- solo son la gota de agua propagandística en el Atlántico de los grandes intereses, la necesaria pantalla para entretenimiento del personal. Porque, en realidad, para el capitalismo las condiciones nunca son críticas y en eso radica una de las claves de su fortaleza.

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