Hijos de Pujol

Desde la recuperación de la Diada, después de la muerte del dictador, han pasado 40 años. En la histórica concentración de Sant Boi de 1976, convocada por la Asamblea de Cataluña, se reclamaban las libertades democráticas, la liberación de los presos políticos, el regreso de los exiliados, el restablecimiento de la Generalitat y un nuevo Estatuto de Cataluña, inspirado en el de Núria del año 1932.

Todo esto se consiguió a través de una ruptura gradual y a menudo traumática (ETA, GRAPO, el «tejerazo»…) con el franquismo que adoptó el nombre de Transición y que quedó consagrada con la Constitución de 1978. La España y la Cataluña del 2016, afortunadamente, no tienen nada que ver con la de 1976. El Estado de las Autonomías se ha consolidado y con la entrada de España en la Unión Europea y en la OTAN, el marco geopolítico y geoeconómico de Cataluña ha quedado ampliado, delimitado y cerrado. Para bien o para mal.

En estos 40 años, la sociedad catalana también ha evolucionado. El peso demográfico se ha acabado concentrando en la franja litoral y el área Metropolitana de Barcelona –más plural y multilingüe que nunca- se ha convertido en una conurbación con dimensión internacional, gracias a las buenas plataformas de conexión que tenemos (aeropuerto, puerto, AVE y autopistas). En la actual civilización de la globalización, Cataluña –por el impulso modernizador de Barcelona- está en una posición líder que tenemos que mirar de no perder.

Pero la historia reciente de este rincón de mundo está muy influenciada y condicionada por la figura de Jordi Pujol y el movimiento populista que creó alrededor de su persona. La vocación de ‘conducator’ de la sociedad catalana que tenía este banquero de fortuna, hoy caído en desgracia, ha marcado y continúa determinando la vida política de nuestro país. Con su hiperliderazgo, Jordi Pujol consiguió patrimonializar el nacionalismo catalán –la vieja herencia de los masones Valentí Almirall y Josep Anselm Clavé – y convertirlo en una aplastante maquinaria de poder, muy engrasada con la corrupción y la compra de voluntades.

De manera consciente o inconsciente, los principales protagonistas del actual movimiento independentista –la fase superior del pujolismo- son ‘hijos’ políticos del ex-presidente de la Generalitat que resulta que tenía una gran fortuna escondida en paraísos fiscales. Siguiendo su trayectoria y escuchándolos, Jordi Sànchez (ANC), Jordi Cuixart (Òmnium), Oriol Junqueras (ERC) y Carme Forcadell (presidenta del Parlamento), para mencionar a unos cuantos, son un fiel exponente de la ideología y de la praxis pujolista. Incluso la CUP ha acabado sucumbiendo a los ‘cantos de sirena’ del presidente Carles Puigdemont -que, no lo olvidemos, es el sucesor de Artur Mas, con la bendición de Jordi Pujol- y ahora está dispuesta a votar a favor de la moción de confianza a cambio de una RUI que, directamente, está condenada al fracaso.

El nacionalismo, desde hace más de 40 años, es pujolismo: una doctrina profundamente conservadora en sus raíces con vocación absolutista. El ‘problema’ es que la sociedad catalana es democrática y diversa y, de manera intuitiva, una parte importante de la población (más del 50%) rechaza la estrategia totalitaria que subyace detrás del proyecto pujolista-independentista. Con montañas de dinero –en gran parte saqueados de las arcas públicas-, el nacionalismo pujolista ha conseguido comprar y apropiarse de parcelas importantes de Cataluña: los medios de comunicación y la cultura subvencionada son un exponente (en resumidas cuentas, es ‘baratito’ y es muy efectivo para crear ‘ambiente’).

Desde hace cinco años, el pujolismo-independentismo también ha pagado y secuestrado la Fiesta del Once de Septiembre, convirtiéndola en una ‘parada’ donde la parroquia adoctrinada y acrítica protagoniza una coreografía de masas destinada a «impresionar» a ‘Madrid’ y, de paso, al mundo entero. Las marchas de antorchas, el desfile de la Coronela y los castellers completan esta dramaturgia pitarresca. ¿Qué objetivo tiene esta enorme y carísima ‘performance’? Los participantes no lo saben, pero son la comparsa necesaria para poder negociar con ‘Madrid’ y conseguir la amnistía por los líos del clan Pujol y, de paso, intentar recuperar el poder económico perdido ante la fuerza inexorable del capitalismo globalizado.

Jordi Carbonell, en su glosado discurso del 11-S de 1976 en Sant Boi, hizo énfasis en que los catalanes –vengamos de donde vengamos y pensemos como pensemos- somos «un solo pueblo». La Fiesta Nacional de este año, secuestrada y protagonizada por los ‘hijos de Pujol’, es la antítesis de esta expresión. La Asamblea Nacional Catalana ha intentado apropiarse del nombre y del espíritu de la Asamblea de Cataluña, pero la copia –como pasa siempre- es una estafa.

Dicen que el nacionalismo se cura viajando. Sin ir más lejos, visitando las multitudinarias fiestas de Bellvitge que se han celebrado estos días.

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