Mucho ruido y pocas nueces

Qué tensión se respiraba esta semana en la patria catalana y su área de influencia comprendida entre Salses y Guardamar, y entre Fraga y Maó. Y no porque el ministro Torrente decidiese pasarse por el forro la autoridad municipal y reabriese el CIE de la Zona Franca sin licencia. O porque el inspector Clouseau reconociese que en can Torrente hay una unidad especial de Anacletos dedicada en cuerpo y alma a buscar mierda por los rincones con el objetivo de acabar con los descerebrados soberanistas, ahora exiliados en el Alt Empordà o Formentera por culpa del molesto bochorno estival. No. Yo hablo de los convergentes y de su extraño congreso de refundación.

Toda la semana calentado motores y generando grandes expectativas de cambio para nada. Tantas ganas de saber el nombre de la criatura y su definición política para acabar copiando a los socios y a la espera de alguna denuncia por plagio. Tantas ganas de saber si serían lo suficientemente valientes para pedir perdón por tantas décadas de corrupción y si harían limpieza apostando por sangre nueva sin mácula en vano. La mayoría de la prensa, bien amaestrada y alimentada, se ha dedicado a explicar a la opinión pública todos los detalles del show vendiendo esta operación de cirugía estética como si fuera el resurgimiento del fénix de las cenizas de un bello cadáver de 42 años. ¡Convergencia ha muerto, viva Convergencia!, les ha faltado gritar.

Superada la emoción de ver a mosén Trias pidiendo infructuosamente a los asistentes al caucus que hicieran un acto de contrición por los pecados cometidos durante el pujolismo, parecía que la tría del nombre tenía que ser la decisión menos conflictiva de todas, pero no. Ha resultado que los 3.000 asociados –eso de militante ya no es moderno- estaban más de acuerdo en que el futuro partido sea republicano e independentista que en su nombre. Analizando fríamente el caso, decidir sobre el nuevo ADN político es más fácil: sólo hace falta convertirse en la marca blanca de su socio de gobierno eliminando, eso sí, cualquier referencia a la izquierda. Ahora les queda decidir si son socialdemócratas de cintura para arriba y liberales de cintura para abajo. O al revés.

Los nombres propuestos han constatado que la imaginación no es el punto fuerte de los convergentes. Que si Junts per Catalunya, que si Més Catalunya, que si Convergents Catalans, que si Partit Demòcrata Català, que si Partit Nacional Català… ¿pero qué es todo esto? No deja de ser un chiste que la dirección del partido haya encargado a una empresa especializada en naming la búsqueda del nombre y que las propuestas hayan estado a punto de provocar una revolución interna. Se ve que eso de recurrir a una empresa de marketing para que te encuentre un buen nombre para tu marca está muy de moda en el mundo business friendly convergente, pero no te garantiza que no acabes haciendo el ridículo. Y si no que se lo pregunten a una empresa lechera de Valladolid que tiene por lema De la teta a tu boca.

Pero ya se sabe que entre la gente de orden convergente la sangre no llega nunca al río. De momento, y hasta que no toque cortar unos cuantos cuellos antes de repartirse las poltronas. Como buenos demócratas que son, han votado y la criatura se llamará Partit Demòcrata Català, un nombre que curiosamente ninguno de los dos presi –el del partido y el del gobierno- ha apoyado por soso. Que tanto Artur Mas como Carles Puigdemont hayan votado por la opción perdedora –Partit Nacional Català- tendría que provocar cierta inquietud entre la cúpula, sobre todo porque la mayoría de los asociados ha preferido ser demócrata –una palabra más genérica- a ser nacional. No sé si lo han hecho para no ser acusados de plagio por los amigos del PNB o por el exdirector de La Vanguardia.

El final de la primera temporada de este culebrón es lo mejor. Después de todo el follón montado este fin de semana para tenernos bien entretenidos haciendo ver que todo cambia para que todo siga igual, resulta que CDC no se puede llamar de otra forma, al menos jurídicamente, si no quiere perder las subvenciones que cobra del Estado español por tener representación parlamentaria. Tampoco podrá cambiar de identidad mientras siga empantanada en los casos de supuesta corrupción que le esperan en los juzgados. Suerte que nos han garantizado que se llamen como se llamen serán, como siempre, un instrumento de servicio al país. Me quedo mucho más tranquila.

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