¡Puigdemont, dimisión!

«Norte allá, donde dicen que la gente es limpia y noble, culta, rica, libre, desvelada y feliz!» -como clamaba el poeta nacional-, si un gobierno queda en minoría y es incapaz de aprobar los presupuestos, cae automáticamente. Esta es una ley no escrita de la democracia que, en el contexto de la Unión Europea, todos los políticos de todos los países asumen sin parpadear ni poner ningún tipo de pero.

¿Todos los políticos de todos los países? ¡No! En un rincón del Viejo Continente, entre los Pirineos y la desembocadura del río Ebro, hay un país/región/nación/comunidad autónoma que tiene un presidente y un gobierno que, como en los cómics de Astérix y Obélix, resisten a la presión de la cultura civilizadora y se niegan a aceptar los códigos más elementales de conducta democrática.

Eso sí, los catalanes nos llenamos cínicamente la boca con la palabra democracia. ¿Hay un espantoso monumento franquista en Tortosa que, en aplicación de la Ley de memoria histórica, es de todas todas ilegal? Montamos una consulta (derecho a decidir), una minoría vota, gana la opción de conservar este monstruo de hierro… y el monumento no se toca. En Blanes y en Lloret celebramos una consulta (derecho a decidir) para valorar la construcción de una polémica carretera que destruye bonitos parajes naturales de la zona. Vota una minoría, ganan claramente los contrarios a la carretera… y, según los alcaldes, la carretera se hará porque sólo ha votado una minoría.

Los catalanes no sabemos jugar, no sabemos leer, no sabemos negociar, no sabemos ganar ni tampoco sabemos perder. Somos, en esencia, una sociedad arisca e intolerante («Tercamente levantados», dice el cantante nacional) aunque presumimos de todo lo contrario, y presumimos siempre que somos los mejores y los más cojonudos en todo. En las elecciones plebiscitarias del 27-S del año pasado, las plataformas independentistas (Junts x Sí y la CUP-Procés Constituent) no lograron el 51% de los votos… pero aún así resulta que consideran que tienen el aval de las urnas para forzar la sociedad catalana a la secesión.

En las democracias occidentales, la votación de los presupuestos en el Parlamento es un acto de una gran trascendencia política en la medida que se tiene que aprobar la estrategia en la recaudación de impuestos y tasas y los criterios redistributivos del gasto y la inversión. Todos los gobernantes europeos tienen en el trámite de la discusión y aprobación de los presupuestos el talón de Aquiles de su legitimidad ante el pueblo. Un presidente o primer ministro que no tiene el apoyo parlamentario suficiente para aprobar las cuentas públicas que ha elaborado es un gobernante fracasado que tiene la obligación de presentar inmediatamente su dimisión. En Lisboa, en Viena, en Berlín, en Estocolmo… ¡pero no en Barcelona, capital de Cataluña!

Aquí tenemos un presidente muy vivaracho que pierde la votación de los presupuestos con la oposición de todo el arco parlamentario, a excepción de su formación. Serenamente cabreado, sale al atril y anuncia que da por roto su pacto de gobernabilidad con la CUP-Procés Constituent, que le facilitó la investidura. Los suyos le aplauden en pie. ¿Dimite? Nooooooo. Anuncia que, pasadas las vacaciones de verano –quién sabe cuándo- se someterá a una moción de confianza y entonces, en función del resultado, ya veremos qué pasa.

Esto no es sólo una tomadura de pelo. Esto es profundamente antidemocrático y es contrario al funcionamiento de los parlamentos occidentales.

Yo tengo mis ideas y mis proyectos y los defiendo. Sólo pido que se me respete. Del mismo modo que respeto las ideas y los proyectos de los demás. Quiero decir que a mí no me preocupa ni me provoca urticaria el independentismo. Considero que es una opción equivocada para los catalanes del siglo XXI, pero que si algún día hay una mayoría clara de la sociedad que vota por la secesión del Estado español yo la aceptaré sin hacer aspavientos, a pesar de que diré mi opinión. ¡Sólo faltaría!

Desde esta visión y con esta actitud, creo que el presidente Carles Puigdemont tendría que haber presentado su renuncia el pasado miércoles día 8, tras tener constancia fehaciente que el Parlamento le rechazaba los presupuestos. Demorar tres meses más –como mínimo- esta terrible agonía, en espera que presente la moción de confianza, es otro fraude a la sociedad catalana y una nueva demostración de la pésima calidad democrática que tenemos y que sufrimos.

Del mismo modo que toda la claque mediática de estómagos agradecidos del ‘abrevadero’ convergente ha salido en tromba a glorificar la decisión del Muy Honorable y a tildar a la CUP-Procés Constituent de «traidores», «botiflers», etc., etc., yo me permito disentir y con la cabeza bien clara escribir dos palabras finales: ¡Puigdemont, dimisión!

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