Pactar con el diablo

Me recuerda un lector que es muy fácil criticar el pacto entre BComú y el PSC desde la web de EL TRIANGLE y añade que le gustaría saber cómo lo haría yo si tuviera que gobernar en minoría. Tiene toda la razón. Una cosa es ver los toros desde la barrera y otra es estar en medio de la plaza vestida de rojo y con gafas progresivas delante de un toro enfurecido y sin escapatoria. Sin embargo, hay una diferencia substancial entre poner a parir sin ningún motivo y hacer una crítica política a alguien que ha escogido pactar con el mismo partido al que hace unos meses había demonizado culpándole injustamente de todos los males que sufre Barcelona.

Igual que todo el mundo puede irse a la cama con quien quiera (o con quien pueda), Ada Colau puede pactar con el imputado Jaume Collboni. Faltaría más. A los socialistas se les pueden recriminar muchas cosas, pero no su gran conocimiento de los engranajes del poder municipal. Quizás yo habría entendido mejor este extraño matrimonio si no hubiese tenido otra opción, pero no es el caso. Creo que si Colau hubiera escogido como pareja al excéntrico Alfred Bosch seguiría en minoría, pero probablemente reiría más y podría contar más a menudo con la complicidad de los imprevisibles cupaires. Descartada la imposible alianza con PSC y ERC, a Colau sólo le queda confiar en que Collboni no se crea demasiado que el alcalde de Barcelona es él.

Pactar con el diablo es una tradición muy nuestra patentada por Jordi Pujol y su mundialmente famoso peix al cove. Los partidos catalanes lo hacen a menudo sin pensar que el pacto con Lucifer comporta a menudo venderse el alma y cuando la situación empeora se quedan bien descolocados. Y si no que se lo pregunten al president Junqueras, que se está quedando en los huesos por los disgustos de la indisciplinada CUP. A Colau los bastonazos le caerán de los republicanos, que ya han decidido en asamblea endurecer su oposición durante el resto de la legislatura. Esto no excluye, evidentemente, la posibilidad de llegar a algún acuerdo, pero no hay nada peor que depender de un examante despechado.

Y mientras los desorientados votantes de BComú superen el trauma de este pacto endemoniado y se secan las lágrimas, en Junts pel Sí siguen afilando los cuchillos para trinchar cuperos desagradecidos. Francamente, nunca he acabado de entender este carácter volátil de algunos patriotas que te declaran amor eterno un lunes y te sacan los ojos con una cucharilla un martes. Ha sido verbalizar el socio un rechazo al presupuesto en forma de enmienda la totalidad y comenzar la caverna mediática criptoconvergente a echar mierda sobre los cuperos para devolver al amo el favor de las subvenciones públicas recibidas.

El primero en recibir ha sido el diputado Benet Salellas por haber vetado la presencia de un representante judío a sueldo del gobierno israelí, tan respetuoso con los derechos humanos como ya sabemos. La quema de herejes ha ido in crescendo a medida que se acerca la votación de las cuentas y crecen los nervios en CDC y ERC ante la posibilidad que unas elecciones anticipadas les desmonte el chiringuito y entronice el nuevo experimento que apadrina Colau. Y es que está muy claro qué escoger: antes una Cataluña española que una Cataluña gobernada por yeyés.

Consciente que la mejor forma de convencer al que discrepa es poniéndolo a parir, la caverna ha seguido contraatacando. Resulta que los anticapitalistas, tan desprendidos ellos a la hora de quemar contenedores y ocupar sedes bancarias, son hijos de papá y tienen propiedades como las personas normales. El clasismo del convergente que piensa que los que no son como ellos visten harapos, comen patatas hervidas y viven en el extrarradio no es nuevo. Durante el primer tripartito pasó una cosa parecida cuando un convergente coincidió con Joan Saura en el probador de una selecta tienda de ropa del paseo de Gracia y descubrió con gran disgusto que el ecosocialista no tenía ni cola ni cuernos.

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