No lo digo yo, ¡eh! Lo ha dicho el vicepresidente del Gobierno catalán y presidente de Esquerra Republicana de Cataluña, Oriol Junqueras. Es la acusación más fuerte que se ha hecho en los últimos tiempos en la política catalana.
Cuando hay una discusión por una incidencia de tráfico o un pique en un instituto o en una discoteca se llega a menudo a un punto de no retorno. Cuando los insultos suben demasiado de tono o cuando se produce una agresión física ya no hay marcha atrás. O se repele la agresión o se retira uno de escena. Pero la posibilidad de acuerdo o de apaciguar los ánimos desaparece.
Junqueras ha optado por llegar a este punto. Horas antes, el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, ya había abierto el camino, descolgándose con unas declaraciones muy duras contra la CUP por mantener su voluntad de presentar una enmienda a la totalidad a los presupuestos de la Generalitat.
Después de decir que la CUP va contra la gente, ¿cómo espera Junqueras que responda esta organización? ¿Que agache la cabeza, asuma que se han equivocado y vuelva al buen camino dejando vía libre a la discusión presupuestaria en el Parlamento?
Cuesta de creer que a base de insultos y amenazas se invierta el posicionamiento de la CUP.
Una interpretación posible de las palabras de Junqueras es que no quiere que los presupuestos salgan adelante, porque ni él se los cree, y prefiere forzar unas elecciones adelantadas en las que tiene mejores opciones que su socio actual en Junts pel Sí, CDC.
CDC no tiene las más mínimas ganas de adelantar las elecciones porque sabe que puede salir como quinta fuerza política. Por eso, diga lo que diga Puigdemont, intentará hasta el último momento prorrogar los presupuestos. Demasiados estómagos agradecidos dependen de ellos. Entre ellos, el de su propia mujer.
La CUP no va contra la gente. CDC y ERC van contra la CUP. Y así no hay matrimonio que funcione.
¡Ni tribu!
