Eventual e inseguro

Si es bien sabido que el trabajo constituía en el siglo XIX un auténtico castigo ¿cómo interpretar las palabras de Juan Rosell de que «el trabajo fijo y seguro es un concepto del siglo XIX»? ¿Se trata de una broma? ¿Es producto de la ignorancia? ¿Hay que entenderlas como una frívola metáfora de lo viejo que ha quedado esto del trabajo estable? Quizás son tan solo un simple lapsus y lo que en realidad quiso decirnos Rosell es que hay que volver a las condiciones de trabajo del siglo XIX.

En el siglo XIX el trabajo no era fijo y seguro sino todo lo contrario. Los asalariados eran una mercancía indiscriminada que se compraba, por su abundancia, a muy bajo precio. Los salarios sólo permitían la estricta subsistencia. Se cobraba por jornada trabajada o por trabajo a destajo. Si no había trabajo no había salario y, en caso de enfermedad, accidente o vejez, nadie se hacía cargo del trabajador. Las jornadas en las fábricas, o en las minas, eran de 14 y hasta 16 horas diarias y en condiciones ambientales muy deficientes. Los obreros podían ser despedidos cuando lo decidiese el patrón y los castigos y penalizaciones eran frecuentes. Era corriente que niños y mujeres realizasen trabajos forzados en las fábricas y en las minas, cobrando menos que los hombres. En Inglaterra, el sueldo de un niño equivalía a un 10% del de un hombre, y el de una mujer, alrededor de un 40%.

Las condiciones de vida no eran mejores. Las viviendas eran muy pequeñas e insalubres; la alimentación, escasa y poco variada. La fatiga, la desnutrición, las epidemias, reducían drásticamente la esperanza de vida de las familias obreras. A los 40 o 50 años ya se era anciano. En 1825, un médico francés describió esta situación diciendo: «Para los obreros, vivir es no morir».

Todo esto y mucho más, que conformaba el dantesco paisaje de la industrialización del XIX, es sabido de requetesobra. No solo por los que han leído a Friedrich Engels (La situación de la clase obrera en Inglaterra), a Charles Dickens o a Émile Zola, sino por el común de los mortales y, en algunos casos, hasta por lo que contaron en directo nuestros bisabuelos o tatarabuelos y que se ha ido transmitiendo en las familias trabajadoras. Y Rosell sin enterarse.

Dice Rosell, sin que un solo rizo de su estupendo tupé se despeine, que los periodistas le cortan las frases. Quizá por eso, afirma que «en el futuro habrá que ganarse el empleo todos los días». Para dejar bien claro lo obvio. Es decir, que en el futuro, en el pasado y el presente, hay que ganarse el empleo todos los días. ¿O será que en su metalenguaje carca lo que quiere decirnos es que hay que seguir liberalizando el mercado de trabajo hasta hacer desaparecer cualquier atisbo de derechos laborales? ¿No sabe el patrón de patrones que sólo uno de cada 20 contratos que se firman son fijos y a jornada completa? ¿Ignora que la tasa de temporalidad es de un 24%, únicamente superada en la Unión Europea por Polonia?

Los derechos de los trabajadores no son cosa del siglo XIX, sino de bien entrado el siglo XXI. Y no son fruto de regalías patronales, sino de conquistas obtenidas a brazo partido y con muchísimos sufrimientos. Pero lo que le parece pasarle a Rosell es que en su ensoñación de un mundo del trabajo libre de polvo y paja, tal como se retrata en la edad de oro del capitalismo decimonónico, confunde años y siglos y, en realidad, le da igual, porque de lo que se trata, pura y simplemente, es de volver al esclavismo (digital, diría él), pero esclavismo al fin y al cabo.

En eso estamos, pero no estaría de más que Joan Rosell y sus amigos, aliados, compinches y asociados tengan en cuenta que, por ejemplo, entre 2007 y 2013, el porcentaje de lo que llamamos clase baja ha subido del 26,6% al 38,5%. Un ejército de reserva de mano de obra a bajo precio (que diría Marx) y también, que no se olvide, una bomba de relojería. Porque si para crear riqueza es imprescindible multiplicar la pobreza es que algo no funciona. Que el capitalismo, por ésta y otras muchísimas razones, está cavando su propia tumba porque, como diría Mariano Rajoy refiriéndose a la izquierda, es algo profundamente trasnochado.

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