Dos partidos, un programa

El fin del bipartidismo en España no cae, como los copos de nieve, del cielo. Es consecuencia de profundos cambios sociales, que tienen mucho que ver con los recortes y el agotamiento de la vieja política. Sin embargo, como en Alemania se pone de manifiesto, algunos harán todo lo posible para impedir que la realidad acabe estropeando una buena ficción.

En las últimas elecciones generales de 2013 en Alemania, los conservadores de la CDU-CSU (el partido de Angela Merkel) obtuvieron 311 escaños; los socialistas, 193; el Partido de la Izquierda, 64 y los Verdes, 63. Todo ello, tras los correspondientes ajustes de un sistema electoral que favorece descaradamente a las mayorías (bipartidismo). O sea, que una alianza de los socialistas, la izquierda y los verdes hubiera obtenido con 320 escaños (9 más que la derecha) una mayoría suficiente para formar gobierno.

¿Por qué una alianza aparentemente tan natural no llegó a producirse? Porque el consenso político establecido, al menos desde la II Guerra Mundial, así lo determina. Con sus más y sus menos (pactos puntuales con liberales y verdes), socialdemócratas y conservadores se las apañaron durante décadas para hacer funcionar el bipartidismo. Y cuando estos equilibrios empezaron a flaquear (final de la guerra fría y unificación alemana) y, en consecuencia, poner en cuestión la alternancia en el poder entre los dos partidos dominantes, tiraron por la calle de en medio, formando gobierno conjuntamente mediante la denominada «gran coalición». La primera «gran coalición» alemana se produjo en 1966, siendo canciller Kurt Georg Kiesinger, un personaje con pasado nazi; la segunda, en 2005 con Angela Merkel y la actual, en 2013.

Esta anomalía, que niega el juego democrático (existencia de una oposición a quien ejerce la acción de gobierno, aunque sea formalmente), se presenta como un triunfo del «consenso». Un concepto especialmente tóxico, utilizado ad nausean en el contexto europeo y que, como dice Luciano Canfora, resulta especialmente dañino, «porque donde empieza el consenso acaba la democracia». La «gran coalición» constituye, en fin, sin careta, la expresión más depurada de «dos partidos, un programa», que es lo que se nos está intentado vender en España. Gracias al consenso, en Alemania se han realizado drásticas reformas laborales y sociales.

Y no es casual que sea precisamente Felipe González quien aparezca aquí como un adalid de la fórmula, si se tiene en cuenta su identificación y los muchos favores que debe a la socialdemocracia alemana, desde que en la Transición caminó de la mano de la Fundación Friedrich Eber, la más grande y antigua de las fundaciones políticas alemanas. Y junto a él, la «Santa Alianza» del statu quo, en la que, naturalmente, los medios de comunicación llevan la voz cantante. Los efectos derivados del fin del bipartidismo no son nada dramáticos, como se intenta hacernos ver, sino todo lo contrario. Constituyen una oportunidad única para el progreso democrático y, en cualquier caso, la expresión política de la realidad social. La «fragmentación de las fuerzas políticas no es una patología, sino que es un hecho natural y puede constituir una riqueza», recalca Canfora.

Siguiendo al filólogo italiano («la propiedad consolidada de los medios distorsiona el campo político y ayuda a formar un electorado despolitizado y fácil de dirigir»), no es nada de extrañar que en estas circunstancias salgan en tromba (desde la caverna mediática hasta El País), todas las cuadras de opinantes para meternos miedo con la «inestabilidad», propugnar una alianza por la derecha y, sobre todo, trazar unas infranqueables líneas rojas a Podemos y, en general, a todo lo que se interprete que puede estar a la izquierda de los socialistas. Eso aquí, y también en Alemania, Francia o Gran Bretaña, donde los diputados de la Cámara de los Comunes (incluidos algunos del Partido Laborista) se dedican a carcajearse de Jeremy Corbin.

La desaforada y sostenida campaña contra Podemos, con firmas aparentemente tan dispares como las de Antonio Elorza, Vargas Llosa, Patxo Unzueta, Javier Ayuso, etc. ilustra admirablemente el intento de cortar por lo sano con cualquier posibilidad de pacto de gobierno con alguien más a la izquierda de Pedro Sánchez. Y si para ello hay que asociar Podemos al odio, la intransigencia, el populismo o cualquier otra categoría afín (y peores), pues se hace. Siempre habrá quienes se lo crean o quienes, como el pobre Antonio Banderas, se sentirán inquietos porque «en España se haya demonizado el bipartidismo». «Las grandes democracias a nivel mundial son bipartidistas y no les ha pasado nada malo», dice.

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