Me gusta el presidente Carles Puigdemont. Me parece que su aspecto entre modernillo y casual, pasando del look tipo Max Headroom con la mandíbula cuadrada y el cabello repeinado al que nos había acostumbrado Artur Mas, favorece mucho la imagen del proceso soberanista, últimamente muy deteriorada por la batalla dialéctica y por los exabruptos de Pilar Rahola y Agustí Colomines. También dice mucho a su favor esta melena informal que se ha dejado y que ya aviso que perderá como le ha pasado al tupé de Mas, porque una cosa es gobernar una ciudad provinciana como Girona y otra muy diferente es el jardín político donde se ha metido.
A pesar de formar parte del sector independentista más alocado de Convergència, confío que la influencia de una familia pastelera habrá endulzado el carácter del nuevo presidente de la Generalitat y quiero pensar que cuando alguna vez ha hablado de echar a los invasores, en realidad se refería a los extraterrestres que, según mi suegra, están entre nosotros y nos vigilan como los agentes de la presunta inteligencia española. No pongo la mano en el fuego por nadie porque ya no tengo edad, pero nada me hace sospechar que no gobernará el país con el sentido común típico del botiguer catalán a pesar de tener que compartir gobierno con republicanos, socialistas arrepentidos y un exiniciativo calvo pero guapo.
Me gusta Puigdemont porque, a diferencia de su benefactor que ha hecho un paso al lado para hacerle de asesor y quitarle el cargo cuando lo considere necesario, él tiene una profesión. Antes de dedicarse a la política resulta que era periodista sin título, cosa que dice mucho a su favor. ¡Qué suerte tenemos los del gremio! Por una vez, un colega ha conseguido lo que muchos periodistas antes que él habían soñado inútilmente: ser designado a dedo presidente de Catalunya después de haber corregido lo que habían dicho las urnas y, además, ser investido en domingo como nuestro presidente mártir Lluís Companys, según nos ha recordado TV3.
La cúpula de El Punt está especialmente contenta. Carles Puigdemont hizo carrera en este modesto periódico de provincias que, después de la OPA hecha al Avui y de unos cuantos ERE aplicados a su redacción, se ha convertido en el diario de referencia del nuevo periodismo catalán. Su director, Xevi Xirgo, aseguraba el domingo pasado en declaraciones a la televisión catalana que Puigdemont había ejercido siempre de periodista nacionalista. Sorprendentemente, detrás de Xirgu se veía la redacción completamente vacía, cosa que contrasta con la lucha diaria para conseguir un ordenador donde escribir porque insólitamente este diario tiene más redactores que sillas y mesas.
Supongo que Xirgu y el resto del equipo se estarán frotando las manos pensando que se ha acabado el sufrimiento porque a partir de ahora El Punt Avui substituirá a La Vanguardia como el diario más beneficiado por las subvenciones del nuevo gobierno catalán. No hay ninguna duda de que se lo merece, y no sólo por su originalidad a la hora de hacer pasar la propaganda política por información. Se lo merece, sobre todo, porque nunca se ha rendido ante las dificultades y las presiones, no como La Vanguardia, que últimamente no ha parado de escribir editoriales poniendo a parir a Artur Mas por intentar salvar los muebles pactando con los demonios cupaires.
No puedo evitar pensar en el pobre Duran, que se debe de haber quedado con un palmo de narices después de este acuerdo de gobierno tan inesperado que ha puesto al pujolismo donde toca y ha obligado a la CUP a deshacerse de algunos diputados entre los que, por suerte, no figura Anna Gabriel, tan admirada como odiada. El líder democristiano hace mucho tiempo que perdió la cabellera, así que ya llego tarde para recomendarle friegas de minoxidil, un fármaco vasodilatador crecepelo. El presidente Puigdemont todavía está a tiempo de hacérselas si no quiere acabar como su predecesor, a quien los suyos han aplaudido este domingo más que nunca, no sé si para agradecerle el sacrificio o para celebrar su renuncia.
