Ni Mas, ni marzo: Mal rollo

Después de que se conociera el reparto de los escaños correspondientes a las elecciones del 27 de septiembre al Parlamento de Catalunya, todo apuntaba a la retirada de Artur Mas como única vía posible para que Junts pel Sí arrancara de la CUP el apoyo necesario para investir a un presidente de su lista de diputados electos.

Los candidatos de la CUP, empezando por su presidenciable, Antonio Baños, reiteraron durante la campaña que nunca facilitarían que Mas continuara como presidente. El presidente saliente, sin embargo, intentó lo que parecía imposible: que los diputados de una candidatura popular anticapitalista rectificaran y acabaran votándolo. Casi que lo consiguió. Lo intentó hasta el último momento. Sólo tiró la toalla cuando el tiempo se le echaba encima y la convocatoria automática de unas elecciones, para el mes de marzo, que pintaban muy mal para él y los suyos, era inminente.

Estos casi tres meses han puesto en evidencia tanto la testarudez de Artur Mas como la pérdida de credibilidad de la CUP. Finalmente, forzó su marcha pero casi la mitad de la formación se mostró dispuesta a rectificar el compromiso electoral de sus candidatos. Cuando en próximas campañas los candidatos de la CUP digan que nunca adoptarán determinada medida, ¿se podrá confiar en ellos? ¿Podrán cambiar esta decisión en asambleas posteriores a las elecciones?

Finalmente, el diputado de la CUP Benet Salellas se permitió el lujo de declarar que «hemos enviado a Mas a la papelera de la historia». Tantos días históricos, tantas plumas utilizadas para firmar documentos para la Historia y terminar lanzado a su papelera.

¿Quién se llevará la gloria ahora? ¿Habrá gloria para alguien?

Al final, ni Mas ni marzo.

¿Qué nos tocará vivir en los próximos días, aparte de acostumbrarnos a la fisonomía y el carácter de un presidente nacido en Amer pero que no habla con el acento de las comarcas de Girona?

Pues, mal rollo. Medio Parlamento de Catalunya apoyando un camino hacia la independencia que tiene en contra a la otra mitad. Y un gobierno español en funciones, presidido por un hombre, Mariano Rajoy, que ya ha dicho, incluso antes de que se votara a Carles Puigdemont como nuevo presidente, que replicará todas y cada una de las decisiones que adopte el Parlamento de Catalunya o el Gobierno de la Generalidad en la vía de la desconexión.

Tiempo atrás, estos conflictos terminaban en guerras. Si Catalunya estuviera en África, seguramente ya habría estallado una. Pero no estamos ni en 1936 ni en África. De momento, las bofetadas y los insultos sólo circulan por los juzgados y Twitter. Estoy convencido de que se quedarán en estos ámbitos.

En cuanto al debate sobre la independencia tendremos dos Catalunyas que deberán seguir haciendo ejercicios de convivencia en los próximos meses. O años. No me hagáis decir cuántos.

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