Un catalán en la Moncloa

No dejaría de ser irónico que un catalán acabase presidiendo el gobierno de España a partir del 20-D y todavía lo sería más que fuera un presidente catalán el responsable de enviar los tanques a la plaza de Sant Jaume para encarcelar a un desesperado Artur Mas que no sabe qué más inventarse para seguir aferrado a la poltrona. Últimamente, la realidad política está superando con creces a la ficción más retorcida, así que no seré yo la que rechace la posibilidad de este escenario esperpéntico. Hablo, evidentemente, de Albert Rivera.

Las últimas encuestas de intención de voto publicadas por los medios de comunicación españoles no paran de confirmar una tendencia que se apunta desde hace meses, pero que sorprende a casi todo el mundo por la velocidad con la que está superando los pronósticos iniciales. Los dos grandes partidos contemplan atónitos como Ciudadanos escala posiciones en las preferencias políticas de los electores a pesar de ser un partido de nueva creación, personalista, jugar con la ambigüedad ideológica a excepción de su antinacionalismo (catalán, por supuesto) y ser un invento de un grupo de intelectuales made in Barcelona.

La buena acogida de partidos transversales como Ciudadanos entre el electorado demuestra que la sociedad española está hasta las narices de un régimen político que huele a podrido. Los casos de corrupción y los abusos de poder de una casta que se ha creído intocable durante décadas y que ha prosperado a cambio de no remover la mierda heredada del franquismo supuran por todas las costuras de una Transición que agoniza. Populares y socialistas representan el pasado igual que la monarquía borbónica impuesta por Franco. No les salva ni la cirugía estética ni la naftalina.

El problema es que una vez asumida la caducidad del invento, nadie sabe muy bien hacia dónde tirar y en este desconcierto es cuando es más fácil que cuaje el discurso del falso mesías. El joven Rivera, que apareció en 2006 desnudo en los carteles electorales y que provocó la burla del resto de partidos catalanes, se ha quitado la careta de niño bueno que nunca ha roto un plato. El Rivera de ahora aprieta los dientes y los puños, decide quién gobierna en ayuntamientos y gobiernos autonómicos, y no le tiembla la voz cuando da lecciones de democracia moderna a los dinosaurios del Congreso de los Diputados o enseña a los andaluces a pescar.

Ciudadanos, alimentado por algunos medios de comunicación supuestamente progresistas, no ha hecho ascos a nada en estos agitados diez años de existencia. No importa que entre sus cuadros haya franquistas, veterinarios, socialistas, paletas o arribistas: todos son bienvenidos porque de lo que se trata es de dar el sorpasso y ocupar el centro sociológico porque es el que siempre da la victoria. El único requisito que pide la alternativa naranja es ser un buen español dispuesto, si hace falta, al sacrificio para defender la pobre patria de la amenaza del secesionismo catalán.

En todo este escenario electoral tan incierto, si hay alguien más perplejo que el resto éste debe ser Josep Antoni Duran, el eterno aspirante a ser ministro ni que fuera sin cartera. Mientras que él se ha pasado años yendo y viniendo del Congreso a la suite del Hotel Palace para acabar siendo un cero a la izquierda –al menos en el escenario catalán actual-, resulta que el joven abogado Rivera, hijo de unos comerciantes de la Barceloneta, tiene cada día más números para acabar siendo el primer inquilino catalán de la Moncloa en muchos años y, además, el primero dispuesto de verdad a suspender la autonomía de Catalunya. Si no hay más remedio, por supuesto.

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