¿Independencia? ¡Reunificación ibérica!

Este último trimestre de 2015, ha querido la historia que los tres territorios que vertebran la península Ibérica estén inmersos en una crisis política estructural. El concepto de crisis no tiene necesariamente connotaciones negativas: es un momento de ruptura con el pasado y de construcción de un nuevo porvenir que puede ser mejor para todo el mundo… o definitivamente desastroso.

La península Ibérica del siglo XXI se organiza alrededor de tres grandes metrópolis: Lisboa (2,8 millones de habitantes), Madrid (5,5 millones) y Barcelona (3,3 millones). Si miramos el mapa «desapasionadamente», lo más lógico sería que hubiera una intensa interrelación entre estos tres polos de actividad económica. Lisboa es el puerto y la puerta del Atlántico; Barcelona es el puerto y la puerta del Mediterráneo; y Madrid es la intersección de los ejes peninsulares norte/sur y este/oeste.

La historia de esta vieja y ensangrentada tierra ha ido como ha ido. Pero si fuéramos capaces de hacer abstracción y proyectarnos al futuro, el esquema que tenemos ante nuestros ojos es muy claro. La plena colaboración y coordinación del eje Lisboa-Madrid-Barcelona, borrando fronteras antiguas e inútiles, provocaría un efecto económico multiplicador muy beneficioso para portugueses, españoles y catalanes que nos sacaría de la atávica marginación periférica que sufrimos en relación a la pujanza hegemónica de la Europa central.

Para poner un símil entendedor. ¿Podemos imaginar unos Estados Unidos divididos, separados y enfrentados entre la costa atlántica, el medio oeste y la fachada del Pacífico, donde Nueva York y Los Angeles fueran metrópolis de dos países diferentes? Pues esto es el que pasa, exactamente, con la península Ibérica que hemos heredado. Todos estamos perdiendo una energía y un tiempo preciosos manteniendo las «identidades» de los territorios respectivos que, en el decurso de los siglos, han fagocitado Lisboa, Madrid y Barcelona.

La coyuntura actual es propicia para impulsar un cambio de mentalidad en las sociedades de los países que conformamos Iberia y encarar la necesaria e imprescindible reunificación peninsular. Ayudan a ello la globalización, las nuevas tecnologías, las jóvenes generaciones preparadas y desacomplejadas, las modernas vías de comunicación, la pertenencia común a la Unión Europea… y el callejón político sin salida que se vive, en estos momentos, en Lisboa, Madrid y Barcelona.

Las elecciones generales portuguesas del pasado 4 de octubre han abierto un escenario muy confuso y crispado. La derecha gobernante (PDS/CDS-PP) ganó las elecciones con mayoría simple (38,6%), pero las tres fuerzas de izquierda (socialistas, Bloque de Esquerda y la coalición del PCP y los verdes) han unido sus escaños y dominan el Parlamento. En este contexto, el presidente Aníbal Cavaco Silva ha cometido el error de encargar la formación de gobierno al hasta ahora primer ministro, Pedro Pasos Coelho, que no tiene el apoyo del Parlamento, provocando una crisis política sin precedentes que aboca al país a un periodo de gran inestabilidad e incertidumbre.

Al otro lado de la península, en Catalunya, este lunes 26 de octubre ha empezado una legislatura que se anuncia imprevisible y traumática, en medio del incendiario escándalo de corrupción del 3% que amenaza con incinerar al hasta ahora presidente de la Generalitat, Artur Mas. La mayoría independentista de 72 escaños tiene la losa de las exigencias de la CUP inasumibles para la coalición de Junts pel Sí y la constatación que no cuenta con una mayoría social suficiente en las urnas (48%) para emprender el proceso secesionista.

El próximo 20 de diciembre, España afronta unas elecciones generales que, según todas las encuestas, provocarán la pérdida de la mayoría absoluta del PP y la consolidación de las dos fuerzas políticas emergentes, Ciudadanos y Podemos, que trastocarán el mapa político heredado de la Transición postfranquista que hemos conocido hasta ahora. La reforma de la Constitución de 1978 figura en las agendas del PSOE, Ciudadanos, Podemos y de las fuerzas nacionalistas, que pueden sumar una contundente mayoría en el futuro Congreso de los Diputados. El «tabú» se ha roto y se abre un periodo convulso y excitante.

¿Por qué no aprovechamos este terremoto que sacude los fundamentos de Lisboa, Madrid y Barcelona para repensar y reformular, sobre bases federales, el proyecto de la reunificación ibérica? Sólo hay una cosa cierta: si lo hacemos bien, todos –portugueses, españoles y catalanes- saldríamos ganando y daríamos, ahora sí, nuevos horizontes de prosperidad a nuestros hijos.

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