Los «monstruos» del independentismo

Las investigaciones del Juzgado n. 1 de El Vendrell sobre el caso Torredembarra han impulsado a la Fiscalía Anticorrupción a pedir el registro de los «despachos calientes» de CDC y de la Fundación CatDem, de donde la Guardia Civil se ha llevado los ordenadores y una montaña de documentación «sensible». Esto tiene el efecto de una «bomba atómica» sobre la política catalana y, de manera directa, sobre la coalición Junts pel Sí.

La reacción de los jerarcas de CDC ha sido la previsible, en la línea que abrió Jordi Pujol cuando estalló Banca Catalana y desvió las culpas de aquel desastre financiero hacia Madrid: la acción de la justicia es, hoy como entonces, un «ataque contra Catalunya». El silogismo «CDC=Catalunya» es una falacia y una perversión que nos ha provocado un mal inmenso durante estos últimos 35 años. Ahora vivimos los últimos estertores de esta gran mentira.

Catalunya no es CDC ni, por extensión, Junts pel Sí. Más allá del reparto concreto de escaños en el Parlament de Catalunya –que siempre está mediatizado por el índice de participación y por las desigualdades territoriales que impone la Ley electoral-, la sociedad catalana es muy plural y presenta todo tipo de matices. Afortunadamente. Tal y como corresponde en un país moderno y plenamente insertado en el mundo globalizado de hoy.

Pensemos como pensemos, todos somos catalanes, todos somos Catalunya. Esta es la premisa que fundamenta nuestra convivencia en democracia. Tan catalán es un joven que vota a la CUP como un jubilado que vota al PP. Tan catalán es un votante de Junts pel Sí como un votante de Catalunya Sí que es Pot; un votante del PSC como un votante de Ciutadans o de Unió. No hay catalanes de primera ni catalanes de segunda.

Tan respetable es un independentista que va a la Via Lliure del Onze de Setembre como un constitucionalista que no va. Tan catalán es el Aplec sardanista de Arenys como la Feria de Abril del Fòrum o el Sónar. Esta es nuestra grandeza: somos, por tradición, un país de acogida donde todo el mundo puede encontrar un espacio de libertad para expresarse, relacionarse y vivir con dignidad.

Pero este talante tolerante –típico de la cultura mediterránea- lleva inherente un código de valores para ordenar la vida en común y garantizar la solidez de nuestras instituciones de gobierno. En este sentido, la corrupción política se ha convertido en el principal enemigo de la democracia: en Italia, en Grecia, en el Estado español… y también en Catalunya. La lucha implacable contra este cáncer es una prioridad que no admite ningún tipo de atenuante ni disculpa y así lo corrobora, de manera contundente, la opinión pública catalana, española, europea y mundial.

El estallido del caso 3% (Operación Petrum II) toca de lleno a Artur Mas. Los pagos acreditados de las empresas de la familia Sumarroca a la Fundación CatDem –y el posterior trasvase de dinero de la Fundación hacia CDC- datan de la época en que Artur Mas era el secretario general del partido y su hombre de la máxima confianza, Daniel Osàcar, era el tesorero y su secretario personal. Es la misma época en que la «lavadora» del Palau de la Música funcionaba a «tutti plen» y, recordémoslo, Daniel Osàcar es uno de los imputados en este colosal escándalo de corrupción.

Desde esta constatación, me sorprende y me preocupa profundamente la respuesta que prominentes figuras del mundo independentista, formalmente ajenas a Convergència, han dado al registro ordenado por el juez Josep Bosch a las sedes de la Fundación CatDem y de CDC. El aberrante silogismo «CDC=Catalunya» se ha transmutado ahora en «Junts pel Sí CUP=Catalunya». Personas que tengo por honestas han «comprado» el argumentario convergente, tildando las diligencias ordenadas por el juez de El Vendrell para desmantelar la trama del 3% de «ataque contra el proceso» y se han convertido, «de facto», en encubridores intelectuales de la corrupción.

Todos ya somos mayorcitos. Por eso me preocupa que la noble causa independentista –que no comparto, porque considero anticuada e inadaptada a la sociedad catalana actual, pero que respeto- degenere en fanatismo y esté transformando personas formadas y sensatas en «monstruos» irracionales y agresivos capaces, en nombre de Catalunya, de justificar lo injustificable.

Como cantaba Lluís Llach, antes de incorporarse a la lista de Junts pel Sí que volverá a hacer presidente a Artur Mas si gana: «No és això, companys, no és això».

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