Catalunya es una mierda

Los catalanes tenemos una misión primordial en este Planeta: cuidar el trozo de tierra donde vivimos y trabajamos para que las próximas generaciones puedan disfrutarlo. Debo decir que esta tarea prioritaria que nos ha sido confiada por la Historia no la estamos cumpliendo. Desde un punto de vista medioambiental, Catalunya es una mierda.

Presumimos de que hemos prohibido las corridas de toros (los «correbous», no) para evitar la tortura de estos animales. Muy bien. Pero, a la vez, nos hemos convertido en el mayor matadero de cerdos de Europa. Cada año, sacrificamos 18,6 millones de animales de esta especie y las condiciones de vida de los cerdos en las granjas catalanas son, por norma general, abominables.

Hemos dejado que el lobby de los cerdos -una industria altamente contaminante que la mayoría de países europeos intenta minimizar y erradicar- se haya convertido en un poder fáctico que impone su ley. El caso paradigmático lo tenemos en el nuevo consejero de Agricultura, Jaume Ciuraneta, propietario de granjas y representante de los intereses corporativos de este potente sector.

En Catalunya hay más cerdos que personas. Pero, del mismo modo que la Generalitat y los ayuntamientos se han preocupado de tratar y depurar los residuos que generamos los humanos, las deyecciones porcinas se esparcen de manera irresponsable por los campos de cultivo, provocando una gravísima contaminación del subsuelo que afecta a las aguas freáticas y a los ríos. Esta situación ha devenido ecológicamente insostenible y así lo ha denunciado de manera reiterada la Unión Europea.

La connivencia de la Generalitat con las industrias polucionantes también es especialmente escandalosa en el caso de las minas de potasa de la Catalunya central. A pesar de las contundentes sentencias judiciales, la multinacional israelí Iberpotash continúa depositando los residuos al aire libre y contaminando los acuíferos de la cuenca del río Llobregat. La Unión Europea ya ha abierto un expediente sancionador por este desastre ecológico.

O en el de las tres centrales nucleares de Ascó y Vandellòs, unas cafeteras que no paran de provocar sustos a los técnicos, poniendo en riesgo la vida del país. Eso sí, quien fue la mano derecha de Artur Mas, el ex secretario de Comunicación, David Madí, cobra una morterada para ser el presidente del consejo asesor de Endesa en Catalunya.

Toda la retórica nacionalista no ha servido para parar la despoblación de las comarcas de montaña, en sentido contrario a lo que pasa en los países europeos más avanzados, donde se ha conseguido revertir este dramático desequilibrio humano. La falta de una decidida política forestal también provoca que los bosques estén sucios y abandonados. Sólo es preciso que se intensifique la sequía para convertirlos en un polvorín.

Lo acabamos de constatar nuevamente con el pavoroso incendio de Òdena. Una chispa incontrolada ha hecho que, una vez más, el fuego se extienda vorazmente y entonces, ¡todos a llorar! Hacen falta más bomberos, sí. Pero hace falta, sobre todo, un Gobierno que esté a la altura de su responsabilidad fundamental: cuidar este jardín destrozado que denominamos Catalunya.

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