El mal ejemplo de Laporta y los Pujol

Pocos días antes de abandonar la presidencia del Barça, el 10 de junio de 2010, Joan Laporta firmó un contrato con la empresa MCM, de Antonio García Valdecasas, un miembro del «clan de Sant Cugat». Consistía en el derecho de explotación, durante un periodo de 25 años, de la fachada de la ciudad deportiva de Sant Joan Despí para su comercialización publicitaria.

No era el primer negocio cruzado entre Antonio García Valdecasas –sobrino de la exministra del PP y exdelegada del Gobierno español en Catalunya, Julia García Valdecasas- y el Barça de Joan Laporta. El 29 de diciembre de 2009 firmaron un «falso» contrato de compraventa de una parte de los terrenos del Barça en Sant Joan Despí por 21,5 millones de euros. Con este apunte contable –el pago no se llegó a materializar nunca-, Joan Laporta pudo «cuadrar» los balances del FC Barcelona, bajo la supervisión del eminentísimo vicepresidente económico, Xavier Sala-i-Martin.

Cuando la Junta directiva de Sandro Rosell llegó al club se encontró, entre otros «marrones», con la «patata caliente» de los contratos firmados con MCM. Deshizo la operación de «falsa» compraventa de los terrenos y acortó el contrato para la explotación publicitaria de la fachada de la Masía de 25 años a 5 años, con la expresa obligación que MCM no «pisara» los derechos de los espónsors oficiales del Barça. Por ejemplo, la empresa de Antonio García Valdecasas tenía como uno de los clientes en cartera para hacer publicidad al Banco Santander, pero esto entraba en conflicto con el patrocinio de La Caixa al Barça.

MCM no supo ni pudo desarrollar comercialmente su proyecto publicitario y, finalmente, optó por presentar una demanda contra el FC Barcelona por daños y perjuicios, confiando el pleito al abogado Mario Conde, el expresidente de Banesto. Esta semana se ha sustanciado este conflicto de intereses en un juicio celebrado en el Juzgado n. 25 de Barcelona, en el cual la empresa de Antonio García Valdecasas, el amigo de Joan Laporta, reclama una indemnización de 99,3 millones de euros al Barça (!).

Pero la noticia de este juicio no ha sido el «chanchullo» urdido entre Joan Laporta, cuando ya estaba a punto de abandonar la presidencia del club, y la empresa MCM. La noticia ha sido el «numerito» de Joan Laporta, que comparecía como testigo, con su exigencia de responder en catalán a las preguntas que le tenía que hacer Mario Conde, el abogado de su amigo Antonio García Valdecasas. Obviamente, todo estaba preparado para «desviar» la atención mediática y el show lingüístico de Laporta ha servido para esconder el intríngulis de este sucio affaire que, para más inri, puede suponer un grave perjuicio económico para el Barça.

Es decir, Joan Laporta ha utilizado la excusa de la loable causa de la normalización del catalán en la administración de Justicia para intentar eludir sus responsabilidades derivadas de los contratos firmados con la empresa de Antonio García Valdecasas.

Infame e infumable.

Algo parecido pasa con los intentos de la familia Pujol para vincular sus problemas judiciales y tributarios con un ataque «contra Catalunya». De las comparecencias de algunos de sus miembros ante la comisión de investigación parlamentaria ya se desprenden algunas conclusiones fehacientes:

· Los Pujol tenían, desde hace años, dinero no declarado en el extranjero y, de manera contrastada, en Andorra

· Varios hijos del matrimonio Pujol-Ferrusola (Marta, Pere y Josep) han recibido abundantes encargos de la Generalitat y el hijo primogénito ha hecho grandes negocios de intermediación gracias a la administración catalana (de momento, están confirmados los del vertedero de Tivissa y el de la empresa de ambulancias San Patricio)

Sencillamente, esto es una indecencia, políticamente inaceptable e indefendible. La democracia tiene unas pautas que hay que respetar de manera muy contundente: el fraude fiscal, el nepotismo y el tráfico de influencias son radicalmente incompatibles con la condición de cargo público electo.

En el nombre de Catalunya y del catalán no todo está permitido. Esta es la gran lección que, a través de los malos ejemplos de Joan Laporta y la familia Pujol, es preciso que asumamos de una vez por todas.., ¡si es que realmente queremos a Catalunya y a la lengua catalana!

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