Cuando la gente tenía un trabajo fijo y disfrutaba de vacaciones un par de veces al año, se hablaba de «la depresión post-vacacional». Ahora, el número de personas que pueden sufrir esta depresión ha disminuido mucho porque los puestos de trabajo son, a menudo, temporales, precarios y sin derecho a vacaciones. ¡Qué más quisieran muchos trabajadores que sufrir esta depresión, ligada a la obligación de reincorporarse al trabajo!
Estos días me estoy topando con mucha gente que tiene un síndrome similar: la depresión post-9N. Son personas que se volcaron en la celebración y participación en la votación de ese día y que ahora notan una cierta sensación de vacío interno.
Paralelamente, los que no compartían la pasión pro-9N experimentan ahora una cierta sensación de liberación, como si acabaran de salir del dentista o de recibir un examen médico que descarta una enfermedad grave.
Diferente hubiera sido si el presidente de la Generalitat, Artur Mas, hubiera aprovechado la ola de la participación en la consulta para anunciar la convocatoria de elecciones. No habría habido ni depresión ni alivio post-9N.
Sólo faltaba que Convergència Democràtica diga ahora que tal vez hay que dejar las elecciones para más adelante, cuando más personas se hayan incorporado a la causa independentista. Si Oriol Junqueras ya lloriqueaba reclamando rapidez en el «proceso», este post-9N se le debe hacer insoportable.
A los ciudadanos que participaron en la consulta, sobre todo a los 1,8 millones que votaron Sí-Sí, se les tiene que ofrecer algo concreto. Un nuevo hito o una nueva fecha que los saque del desconcierto actual. Lógicamente, esta novedad no puede ser un pacto CiU-PSC para aprobar los presupuestos de la Generalitat del año que viene. Esto se vería prácticamente como una traición.
Mas ha anunciado que el día 25 dirá algo importante en el Palau de Congresos del Foro. Conviene que se esmere bien en su propuesta a los 1,8 millones de independentistas afectados de la depre post-9N.
¡Y, encima, el Tricentenario ya es, también, historia!
