El repique de campanas movilizaba, a mediados del siglo XIX, algunos ciudadanos para ir a hacer un servicio determinado. Tenían su oficio, pero cuando sonaba la señal dejaban de hacer su trabajo para ayudar en una emergencia. No tenían un sueldo fijo para realizar este tipo de tareas, que cobraban con recompensas. Este es el origen de los bomberos en Cataluña. Dos siglos después, la figura del bombero voluntario ha evolucionado muy poco.
La mitad del Cuerpo de Bomberos se ha profesionalizado, pero el resto tiene su oficio y se dedica a las tareas de rescate esporádicamente. La mayoría son mossos de esquadra o policías locales que, en principio, no podrían ser pluriempleados ni cobrar estos extras cómo si fueran dietas. Los voluntarios cobran las horas ante el fuego o en el parque, pero sin estar en nómina.
La plantilla de bomberos de la Generalitat se inició con una dualidad de parques: de profesionales y de voluntarios. Actualmente hay 73 de los primeros, a pesar de que en la mayoría de estos también hay voluntarios adscritos, y 77 de los segundos. Los profesionales son funcionarios del Gobierno. El sistema de entrada de los voluntarios depende, además de las pruebas físicas de acceso, de una entrevista con el jefe del parque correspondiente. «Tendrían que contar más las pruebas de acceso y menos la entrevista. Hay hijos de jefes de parque y amigos porque la exigencia es muy baja«, revela un bombero.
Un hecho que en un hospital o en una comisaría costaría de asimilar, que todo su personal fuera voluntario, está plenamente aceptado y normalizado en el Cuerpo de Bomberos de la Generalitat. De hecho, hay más parques de voluntarios que de profesionales. Los Bomberos de la Generalitat denuncian una privatización encubierta del servicio.
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