Jordi Pujol, como Fèlix Millet

Este 25 de julio de 2014 se ha acabado una etapa de la historia de Catalunya y, como periodista catalán, una etapa de mi vida personal y profesional. Como estoy seguro que le pasa a millones de compatriotas y conciudadanos, me encuentro en un profundo estado de shock. Nada, desde ahora, será igual.

La confesión de Jordi Pujol, admitiendo que tiene dinero en el extranjero desde hace 34 años y que durante todo este tiempo lo ha escondido de la obligatoria tributación fiscal, es un terremoto que destruye el alma íntima de Catalunya. El mal que ha hecho el ex presidente de la Generalitat es de unas dimensiones colosales y el impacto tiene unos efectos estremecedores sobre la autoestima y la dignidad del pueblo catalán.

Jordi Pujol ha mentido y nos ha mentido durante 34 años, 23 de los cuales como presidente de nuestra máxima institución de autogobierno. Todo era mentira y la mentira continúa. Su comunicado del 25 de julio es otra mentira. El ‘cuento’ de la herencia de su padre Florenci es insostenible y, en los próximos días y semanas, lo iremos descubriendo y sabiendo.

Los nombres de Philip Bolich –el testaferro de Andorra-, de Herbert Rainford Towning –el testaferro de Londres-, de Alexander Wolfgang Ospelt –el testaferro de Liechtenstein- y de Elisabeth Schoenenberger –la testaferro de Suiza- adquirirán pronto una gran notoriedad pública. Los cuatro millones de euros ingresados a la Banca Privada de Andorra (BPA) son sólo la punta del iceberg del sofisticado entramado societario y económico montado por la familia Pujol para evadir y camuflar, durante años decenas de millones de euros. Dicen que más de 500.

¿De dónde procedía este dinero? Supuestamente, una parte viene del botín escaqueado por los Pujol antes de la quiebra del grupo Banca Catalana. La otra, de la trama de cobro de comisiones montada por Jordi Pujol Jr. en su despacho de la calle Ganduxer, bajo la supervisión directa de Marta Ferrusola. Una tercera, del expolio del Palau de la Música y otras operaciones relacionadas con negocios hechos bajo el amparo de la Generalitat.

En esta nueva etapa que se ha abierto el 25 de julio, volverán a resucitar los famosos documentos de Heinrich Kieber, el ex empleado de la banca LGT de Liechtenstein que destapó, en 2008, una enorme bolsa de evasores fiscales que se escondían en este pequeño principado alpino. Entre los nombres que figuraban a la ‘lista Kieber’ estaba Artur Mas Barnet, el padre del actual presidente de la Generalitat, Artur Mas, que figuraba como beneficiario. Tarde o temprano, se acabará demostrando que la trama exterior montada por Pujol estaba conectada con LGT y que, en realidad, Artur Mas –a través de su padre- es uno de los testaferros de este «botín pujolista», que tiene ramificaciones en varios paraísos fiscales, y que si ocupa el cargo que ocupa es por esta comprometida condición de fiduciario de confianza.

La demolición de Jordi Pujol será dura e implacable. El nombre de su familia quedará enfangado y proscrito de la historia por los siglos de los siglos, como pasa con Millet, los Urdangarin, los Ruiz Mateos o los Gil y Gil. El expresidente de la Generalitat tiene una salida para merecer la indulgencia a ojos de los poderes centrales del Estado, que lo tienen agarrado por el cuello: abjurar públicamente del proyecto soberanista y declarar que la independencia es una quimera inviable. Pero no puede hacerlo: quemaría, a sus 84 años, toda su trayectoria personal y política.

Con la confesión del 25 de julio, no sólo el pujolismo ha quedado tocado de muerte. Todo el movimiento catalanista –que arranca en 1833 con la Oda a la Pàtria de Bonaventura Carles Aribau– llega a un dramático «cul-de-sac». Jordi Pujol era el continuador, la exégesis y la síntesis de Valentí Almirall, Torras i Bages, Enric Prat de la Riba, Josep Puig i Cadafalch, Francesc Cambó, Francesc Macià, Lluís Companys… Su monstruosa mentira dilapida los trabajos, los anhelos y los sacrificios de millones y millones de catalanes que nos han precedido. Pero también de los que ahora agitan con más ímpetu el legado de la senyera: Oriol Junqueras, Muriel Casals, Carme Forcadell

El escenario que el expresidente tiene delante es estremecedor. No sólo tiene que afrontar la ruina personal y la de su familia. Tendrá que comparecer públicamente y dar explicaciones ante el pueblo de Catalunya, a través del Parlament y de TV3. Perderá los privilegios que todavía tiene: despacho, secretarios y coche oficial a cargo de la Generalitat. Tendrá que cerrar el Centro de Estudios Jordi Pujol y dejar de dar conferencias y participar en actos públicos. Su agenda internacional quedará eliminada. No podrá pisar los pueblos de Catalunya y se tendrá que encerrar en casa, como un Fèlix Millet cualquiera. El partido que fundó, Convergència Democràtica, le exigirá que se vaya (¡desagradecidos!). También de su corte de aduladores saldrán ahora las críticas más despiadadas (¡hipócritas!).

Todos, de una manera u otra, somos hijos de Pujol. En mi caso, me emancipé siendo muy joven, en 1979 cuando, trabajando en la redacción de El Correo Catalán, propiedad entonces de Jordi Pujol, sufrí la cantinela del «esto no toca» y decidí marcharme, con una mano delante y otra detrás, para poder ser libre y luchar, desde las trincheras del periodismo, por la causa de una Catalunya limpia y abierta. Y aquí sigo, consciente que este 25 de julio ha empezado un nuevo capítulo en mi y en nuestras vidas.

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