Independentismo inteligente

El cierre de las emisiones de Catalunya Ràdio y Catalunya Informació en la Comunidad Valenciana, a instancias del ministerio de Industria, es un nuevo golpe a la unidad cultural y lingüística de nuestra alianza histórica. Sin embargo, esta decisión -que lamento y condeno- nos debería hacer reflexionar sobre nuestra falta de inteligencia política para construir unas relaciones fluidas y fructíferas con los vecinos del sur, pero también con los del norte, del este y del oeste.

Hacernos las víctimas de una agresión anticatalana es un recurso muy fácil y, a la vez, falso. De manera inconsciente, el nacionalismo catalán siempre ha mantenido una posición de «superioridad» intelectual y moral con los países limítrofes, ya sean la Comunidad Valenciana, Aragón, las Baleares o las comarcas catalanas bajo administración francesa. Hemos intentado imponer que el Principado fuera el centro y referente obligado en el proyecto de reconstrucción y vertebración de los territorios históricos de la antigua Corona de Aragón, desmembrados desde hace 300 años, y eso ha sido percibido, automáticamente, como un intento de dominación por parte nuestra.

En este sentido, el proceso de independencia emprendido en Catalunya, que debe culminar con la hipotética consulta del 9 de noviembre, es un error estratégico de primera magnitud. A los ojos de las mayorías sociales y políticas de las comunidades vecinas, nuestro proyecto secesionista es una provocación que todavía profundiza más el foso institucional que, actualmente, ya nos separa del Gobierno de Aragón, la Generalitat Valenciana, el Gobierno de las Islas Baleares y el Consejo General de los Pirineos Orientales. La estrategia de Artur Mas y Oriol Junqueras nos lleva a cortar de raíz la «mata de junco» que plantó el rey Jaume I.

Catalunya no se puede permitir el lujo de estar rodeada de «enemigos» y más cuando, por historia y tradición, nuestros vecinos tendrían que ser nuestros principales aliados y socios. La Generalitat de Catalunya, por culpa de los partidos que apoyan al actual gobierno, se ha convertido en una institución «invasiva» y «antipática» en su relación con los gobiernos de Zaragoza, Valencia, Palma de Mallorca y Perpiñán. Y esto, los catalanes no lo podemos aceptar de ninguna forma si queremos ser un país relevante en la Europa del siglo XXI.

Obviamente, el PP, por intereses electorales, ha azuzado a fondo el anticatalanismo primario. Pero esto no tendría que ser obstáculo para que, desde Catalunya, seamos más inteligentes que los estrategas de la calle Génova y optemos por mantener una actitud proactiva y empática con los territorios de la antigua Corona de Aragón. Desde esta perspectiva, el camino de la Euroregión que comenzó el presidente Pasqual Maragall, y que Artur Mas ha abandonado, me parecía mucho más pragmático y de largo recorrido. Al fin y al cabo, esta es la apuesta estratégica que ha emprendido el PNV y que, de momento, ya está dando sus frutos en Iparralde.

Emperrarnos en catalanizar a nuestros vecinos es una vía estéril y contraproducente. Tenemos que admitir que Aragón, la Comunidad Valenciana, las Islas Baleares y la Catalunya del Norte tienen «vida propia» y todo el derecho a autogobernarse como quieran. Desde este respeto y reconocimiento previos sería factible iniciar una nueva etapa de colaboración que, a buen seguro, sería beneficiosa para todo el mundo.

La secesión de Catalunya es, actualmente, un proyecto muy «verde» y prematuro. Dejemos que la Unión Europea evolucione hacia los Estados Unidos de Europa, con un Parlamento y una presidencia legitimados y con plenos poderes. Dejemos que las nuevas generaciones de catalanes, donde el ideal independentista ha arraigado con fuerza, crezcan. Estoy hablando de un horizonte a diez-quince años. En una Europa compactada y fuerte, qué más da que entre Nebraska y Wisconsin esté Iowa.

La independencia de Catalunya debe lograrse con el principio de la «fruta madura», no por un subidón de testosterona que siempre acaba mal. Mientras tanto, aprovechemos el tiempo que tenemos por delante para dedicarnos a restablecer y a afianzar, desde el máximo respecto a su identidad e idiosincrasia, el marco de relación mutua con nuestros vecinos.

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