Artur Mas tiene diarrea

En los últimos meses, y a caballo de varios acontecimientos, el presidente de la Generalitat, Artur Mas, ha intentado buscar referentes históricos para contextualizar su «proceso de transición nacional». Hay que decir que la mezcla es indigerible y, al inicio de este 2014, la confusión es total.

Aprovechó el 50 aniversario de la marcha por los derechos civiles en Washington, encabezada por Martin Luther King, para establecer un paralelismo con la Vía Catalana. Durante su viaje oficial a Israel, no se cortó a la hora de comparar la construcción del estado sionista -que ha comportado el exterminio étnico y la expulsión de la población palestina de sus tierras y casas- con las aspiraciones del nacionalismo catalán.

Con motivo de la muerte de Nelson Mandela alabó su inteligencia política para construir «una nueva identidad nacional basada en el perdón y la reconciliación». Y durante su estancia en la India se inspiró en Mahatma Gandhi para poner en valor el pacifismo democrático del movimiento secesionista catalán.

Pero fue en la conmemoración del 80 aniversario de la muerte del presidente Francesc Macià, el pasado 25 de diciembre, cuando Artur Mas explicitó los tres puntos que, en clave interna, iluminan su estrategia: el tricentenario de la caída de Barcelona, en el marco de la Guerra de Sucesión española; el centenario de la Mancomunidad, presidida por Enric Prat de la Riba; y la figura del primer presidente de la Generalitat republicana.

Vayamos por partes. Mahatma Gandhi y Martin Luther King fueron unos apóstoles de la no-violencia que murieron asesinados. Nelson Mandela y Francesc Macià eran hombres de acción que no dudaron en invocar la lucha armada para defender sus ideales. La Guerra de Sucesión fue una conflagración internacional provocada por el enfrentamiento entre Francia y el Reino Unido que llegó a afectar, incluso, a las tribus indias de Norteamérica, que se dividieron entre los dos bandos en guerra. Enric Prat de la Riba, más allá de sus alucinaciones racistas, era un posibilista pragmático. El estado de Israel, que dispone de armamento atómico, ha desobedecido reiteradamente las resoluciones de las Naciones Unidas que le obligan a retirarse de los territorios conquistados en la guerra de los Seis Días, desatada unilateralmente y sin declaración previa.

Identificarse, a la vez, con Moshe Dayan y Martin Luther King es incompatible. Mezclar al general Moragues con Mahatma Gandhi es una barbaridad histórica. Poner en un mismo saco a Enric Prat de la Riba (líder de la Lliga Regionalista) y Francesc Macià (fundador de Estat Català) da risa a quienes conocemos nuestro pasado. Equiparar la guerra dinástica entre austriacistas y borbónicos con la lucha contra el apartheid de Nelson Mandela es, sencillamente, surrealista.

Toda esta diarrea mental prueba, una vez más, que Artur Mas y CDC no son creíbles ni políticamente solventes. Yo tengo respeto por las personas que son coherentes y que llevan su combate hasta las últimas consecuencias, ganen o pierdan. Pero me alarma y denuncio la reiterada frivolidad intelectual del actual presidente de Catalunya. Sólo el uso masivo y abusivo de las subvenciones a los medios de comunicación catalanes para crear un estado de opinión predeterminado y dirigista explica que hayamos convertido a este gris personaje con cuentas opacas en Liechtenstein y Suiza en un presunto y, en todo caso, presuntuoso líder de masas.

Ya lo dijo el presidente Josep Tarradellas: «En política se puede hacer todo, menos el ridículo». Y la percepción internacional, cada vez más generalizada, es que en Catalunya estamos inmersos, de un tiempo a esta parte, en el ridículo permanente. Aquí confundimos el coraje con la descomposición diarreica.

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