Catalunya y el infierno de la austeridad

El goteo de noticias sobre la ofensiva brutal en el ámbito sanitario es constante, por lo cual resulta complicado escoger un solo punto de partida que permita valorar el impacto negativo. Recientemente, hemos sabido que Catalunya se sitúa en la undécima posición, dentro del total de las diecisiete Comunidades Autónomas, en el ranking de calidad asistencial que elabora la Federación de Asociaciones por la Defensa de la Sanidad Pública. Hay que remarcar que se ha experimentado una notable bajada, que nos coloca seis posiciones por debajo de la que ostentábamos hace sólo tres años atrás.

 

Para entender el pésimo resultado, tenemos que recordar que el Gobierno de CiU fue líder en el terreno de los recortes, iniciados en 2011. La severidad de las medidas de austeridad, pretendidamente encaminadas a la reducción del déficit, se suma a los aterradores escándalos de corrupción vinculados a la gestión hospitalaria, que los editores de la revista «Café amb Llet» no se cansan de denunciar, a través de recomendables trabajos de investigación. Buena parte de aquellos que se autodenominan periodistas hace tiempos que han claudicado de las funciones de fiscalización del poder -si es que nunca las ejercieron-, motivo por el cual es más necesario que nunca recurrir a fuentes alternativas de información.

 

A todos aquellos que no se resignan a comulgar con ruedas de molino, también les recomiendo el ensayo ‘Por qué la austeridad mata’ (Taurus, 2013), de los profesores David Stuckler y Sanjay Basau. Uno de los mensajes básicos que transmiten estos expertos en salud y economía es que aquello verdaderamente patógeno no son tanto las recesiones, como las respuestas políticas que se dan a las mismas. El «New Deal» norteamericano o la negativa de los islandeses a aceptar los dictados del Fondo Monetario Internacional (FMI) son ejemplos de graves crisis económicas que no han desembocado en ninguna catástrofe humanitaria, ni tampoco financiera, sino que se han convertido en modelos de recuperación satisfactoria.

 

Por el contrario, los autores advierten de que la opción que se ha forzado en Grecia -tal como pasó a finales de los noventa en la Asia oriental-, ha comportado consecuencias terribles para la salud de población. Entre otras, un brote de malaria y un aumento considerable de los casos de suicidio. Los ajustes presupuestarios ni siquiera han permitido salir adelante un programa de agujas limpias para toxicómanos, hecho que ha motivado que se multipliquen el número de infecciones por VIH. Para acabar de redondearlo, el rescate del país tan sólo ha servido para perpetuar el círculo vicioso de la especulación financiera, sin que se haya evidenciado ningún signo de recuperación. En cuanto al Estado español, en una entrevista, David Stuckler ha explicado que Catalunya es el lugar en el cual se pueden empezar a notar los efectos perniciosos de las tijeras, precisamente porque fue la pionera.

 

Antes de la Diada Nacional, el presidente de la Generalitat echó agua al vino de las ansias independentistas, cuando puso encima de la mesa el plebiscito del 2016, por si no era posible realizar el referéndum en 2014. Estos días, los medios van llenos de cartas enviadas a Rajoy, reuniones secretas y neofranquistas que revientan actos institucionales. Ni al alma más cándida se le puede escapar la utilización del conflicto Catalunya-España, la cual cosa disimula temporalmente la flagrante ausencia de proyecto político, ante la implacable tiranía de la troika. Celebro de todo corazón que la Vía Catalana fuera un éxito de participación y espero que los catalanes podamos ejercer bien pronto el derecho a decidir. Por ahora, pero, nuestra realidad se asemeja más al drama helénico que a la conquista de la libertad lograda por las Repúblicas Bálticas. Si no nos encadenamos para parar el desmantelamiento despiadado del Estado del bienestar, dudo que las expectativas mejoren.

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