Corrupción y silencios

Tenemos un grave problema con la corrupción. No sólo es el problema del denominado tres, o ahora cuatro por ciento, en referencia al pago de comisiones por adjudicación de obra pública. La corrupción política no es un oasis en medio del desierto. En muchas ocasiones es un ejemplo – triste, pero real -, de la condición humana. Si repasamos algunos de los casos de corrupción con implicaciones políticas podemos encontrar elementos coincidentes que constatan esta visión. Por un lado suele haber personas sedientas de ambición y de poder que por su condición social se sienten impunes, por encima del bien y del mal. Y por otro lado hay muchos silencios interesados. En Catalunya este comportamiento tiene un nombre y un apellido por antonomasia: Fèlix Millet.

 

El caso Millet o caso Palau seguramente se habría destapado antes si cualquiera de las personas que detectaba un comportamiento sospechoso en las maniobras del expresidente del Palau de la Música o de su mano derecha, Jordi Montull, hubiera dado un paso adelante para pedir una investigación a fondo. No hay que olvidar de que uno de los primeros indicios del saqueo del Palau llegó a través de una denuncia anónima que recibió la delegación de Hacienda de Catalunya el 2002. Una nota anónima que fue archivada sin que se abriera ninguna investigación.

 

Barcelona es una ciudad bastante grande, pero cuando se trata de hacer negocios esta inmensidad se reduce a pocas familias, a unos cuántos prohombres. Y las conexiones entre estos y los partidos políticos que más poder han tocado – caso de CiU y PSC – eran (son?) el pan nuestro de cada día. ¿Cuánta gente sabía que Fèlix Millet manejaba dinero y se podía llamar a su puerta como si fuera un banco que concede -perdón, concedía- créditos?. ¿Quién recomendó a Àngel Colom que fuera a pedir dinero al expresidente del Palau para liquidar el fallido Partido por la Independencia?.

 

No acuso a nadie. Más que nada porque para señalar presuntos culpables es necesario tener indicios y pruebas. Tan sólo constato un hecho. ¿De verdad que el comportamiento de Millet no resultaba extraño? ¿Cuánta gente estaba interesada en mantener una situación beneficiosa para más de uno? Desde la clase periodística también tenemos que hacer autocrítica, en general, porque en más de un caso de corrupción hemos ido por detrás y no por delante. Siempre pendientes de filtraciones interesadas y demasiado preocupados en ser los primeros en vender exclusivas (?) y no para preguntarnos por qué y cómo determinadas personas se enriquecen constantemente desde la esfera pública y con intereses privados. No nos engañemos, todavía queda mucha suciedad que limpiar.

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