Ratafia

Entre las múltiples habilidades de Quim Torra también destaca la elaboración de ratafía y lo celebro, porque cuando deje de hacer el tonto como presidente de la Generalitat podrá ganarse la vida dignamente fabricando espirituosos sin necesidad de recibir ninguna subvención pública. Torra, últimamente más showman que estadista, ha participado en Santa Coloma de Farners en un interesante cursillo para elaborar el licor más patrio que tenemos. Dice que la ratafía «es país, paisaje, color, familia y tradición», y tiene razón. Yo no imagino Cataluña sin la dulce ratafía. La ingesta excesiva de este aguardiente adobado con piel de limón, nuez moscada, canela y un montón de hierbas olorosas, y dejado reposar al sol y a la serena durante unos cuantos días provoca un pedo alucinógeno. Unos vemos brujas y otros, la independencia.

Por lo que parece, parte de la bebida fabricada por las ilustres manos presidenciales se enviará a los patriotas exiliados para que no se añoren tanto y entren rápido en calor cuando lleguen las primeras nieves. Espero que no hagan como yo y acaben durmiendo la mona de ratafía al raso porque una cosa es hacer vivac en un cementerio de Osona y otro es hacerlo al pie del Montblanc. La otra parte se dejará en maceración hasta que vuelvan los presos políticos presos a casa. No quiero ser aguafiestas, pero viendo el video de Torra me han venido a la cabeza los niños haciendo panellets en la escuela para que luego se los coman los aterrorizados padres. Los más espabilados hacen testamento antes de tragarse la bola mortal y los presos y exiliados tendrían que hacer lo mismo porque el riesgo de acabar intoxicados por la ratafía presidencial es elevado.

Y mientras que Quim Torra se lo pasaba la mar de bien incitando a los catalanes al consumo masivo de alcohol para olvidar las falsas promesas de un mundo mejor, unos kilómetros más allá el ex-consejero Santi Vila se casaba con el hombre que le hizo ver claro que esto de la independencia no va a ningún lado y que la ratafía se ha de beber a sorbitos. Nombro la boda de Vila porque me ha sorprendido ver entre los invitados a prohombres convergentes como Artur Mas y Xavier Trias. Y digo que me ha sorprendido porque la maniobra de Vila de abandonar antes de hora el barco que llevaba Puigdemont a la deriva fue muy criticada por los suyos ahora ex-compañeros de partido. Quizás los insultos y reproches no iban en serio –igual que el soberanismo de pacotilla de algunos- y fueron provocados por los efluvios etílicos de destilados extranjeros.

Y ya que hablo de traiciones políticas, no puedo dejar de nombrar el caso de Ramon Espadaler. Me lo crucé el sábado pasado en la calle Valencia y no hacía cara de ir de rebajas porque estas cosas se hacen para vaciar los bolsillos de los pobres, como todos sabemos. Los ricos se compran la ropa que quieren cuando quieren, por eso siempre encuentran su talla y todo lo que llevan les queda tan bien. Espadaler hacía cara de salud con su moreno ampurdanés, su camisa blanca de lino arrugada y sus tejanos de marca. Sin embargo, no se le veía muy contento a pesar de que su partido de adopción se haya hecho con las riendas del gobierno español gracias al apoyo de independentistas y podemitas. Quizás es que Espadaler, como antes su padrino Duran, esperaba algún ministerio como premio a su sacrificio. Paciencia, que todo llega.

Otro que también ha acabado en el club de los traidores es el alter ego televisivo del rey Juan Carlos. Juanjo Puigcorbé ha protagonizado uno de los esperpentos políticos más divertidos de los últimos tiempos con el permiso de la hAda Colau y sus plenos extraordinarios interruptus. El fichaje estrella de Alfred Bosch ha salido rana hasta el punto que ahora no tengo claro quién de los dos personajes del auca republicana es más histriónico. El viernes pasado, Puigcorbé no hacía buena cara y no creo que fuera por culpa de una resaca de ratafía, a pesar de que en la Diputación de Barcelona tienen sus dudas. Como ánima en pena, el regidor ahora huérfano, iba buscando un sitio en el fondo de la grada donde sentarse a vegetar –y a cobrar- hasta las próximas elecciones municipales. Como dice el presidente Torra, la ratafía «nos une y nos divierte». ¡Salud!

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