La nueva burguesía independentista

De manera sigilosa, en Cataluña está naciendo una nueva clase social: la de la burguesía independentista cienmileurista. Si, hasta ahora, el modelo de ascensor social era la emprendeduría o la meritocracia, estamos descubriendo que, en este país lleno de incertidumbres, hay un modus vivendi que permite pasárselo la mar de bien y sin problemas. Sólo hay que abrazar la fe procesista y tener la habilidad y los contactos para colocarse en una de las múltiples instituciones donde mandan los partidos soi disant independentistas… ¡y te ha tocado la lotería! 

Extramuros de esta élite de la administración hace mucho frío (precariedad laboral, contratos basura, bajos salarios, competitividad despiadada, trabajos frustrantes…). En cambio, hay una multitud de cargos -diputado, consejero, secretario general, director general, subdirector general, jefe de gabinete, adjunto a jefe de gabinete, gerente de empresa pública, comisionado, asesor, colaborador de los medios públicos, etc.- que te garantizan unos salarios estupendos y sin ninguna exigencia de rendir cuentas. 

Estamos hablando de nóminas que se encaraman por encima de los 80.000 euros anuales y que llegan hasta los 146.926 euros que cobra el presidente Quim Torra. Se trata de sueldos absolutamente fuera de mercado, más propios de altos directivos de grandes corporaciones o de multinacionales, que acostumbran a ligar sus emolumentos a los objetivos de facturación o a los beneficios que obtenga la compañía para la cual trabajan. 

Esta burguesía independentista enchufada al capítulo 1 de los presupuestos de la administración -aquel que fija las retribuciones del personal- es profundamente egoísta y conservadora. Son ellos mismos quienes deciden los salarios que cobran a cargo del erario público y aprovechan esta potestad por autoasignarse unas nóminas totalmente indignas e indignantes. 

¿Qué trabajador catalán cobra 5.000, 7.000 o 10.000 euros al mes? En una sociedad conformada mayoritariamente por mileuristas que sudan para llegar a final de mes, los salarios que tocan los independentistas colocados -y hablamos de unos cuantos centenares de personas- son, sencillamente, aberrantes. 

Por eso les interesa que el proceso dure y dure. Saben que la independencia es imposible, pero enarbolan la bandera estelada, se ponen el lazo amarillo y mantienen la ficción para que la “buena gente” les continúe votando y, de este modo, puedan perpetuar, durante años, su privilegiado e irresponsable statu quo de nuevos ricos a expensas del erario público. 

Parece que, después de la contundente acción judicial, nos hemos liberado por fin de la mafia del 3% que, durante años se ha dedicado a saquear la Generalitat y las instituciones que tenían a mano (ayuntamientos, diputaciones, consejos comarcales…). Ahora ya no roban a escondidas y con dinero negro circulando en maletines. Han sofisticado el sistema de depredación y han optado por incorporarlo directamente a la nómina, pagando el IRPF y la Seguridad Social correspondientes. 

Esta nueva élite de burgueses cortesanos, sin otro mérito que la demostración permanente de la adhesión ciega a la zanahoria independentista, tiene poder. Ahora y aquí, es el poder. Y es contra su inconmensurable cinismo y jeta que hay que hacer la revolución (pacífica, por supuesto). Les importa un pimiento que, a su alrededor, la administración y el país caigan a trozos y que la sociedad sufra su escandalosa incompetencia. Cada final de mes, su cuenta corriente es una alegría y, con la paga extra, pasarán unas Navidades a tutiplén. Con mucha pena por los políticos presos, exiliados o en huelga de hambre, eso sí.

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