Nido de víboras

Cuando la fiesta se acaba las ratas son las primeras en abandonar el barco que se hunde. Y cuando este momento llega, todo vale: vudú, chantaje o videos comprometidos. El poder convierte a los más débiles en seres sin alma, capaces de hacer lo que sea por seguir siendo intocables e impunes, y en el caso de los populares madrileños, la lista de ejemplos es interminable y supera con creces a sus colegas valencianos. La última muestra del canibalismo de los tiburones ha sido la humillación pública de Cristina Cifuentes, caída en combate por el fuego amigo. Y yo no puedo dejar de pensar en el hartón de reír que se estará dando Esperanza Aguirre, la reina Cersei de este nido de víboras carcomido por la corrupción.

La expresidenta de Madrid, tan mediática y mentirosa, ha dimitido por un video del 2011 dónde se la veía vaciando el bolso ante un vigilante de un centro comercial porque había robado dos potes de crema. Que la cinta haya salido a la luz 34 días después del descubrimiento de su máster falso dice mucho de la mano negra que la ha filtrado. Sin embargo, lo que más lamento es que a Cifuentes la ha fulminado el dedo de Rajoy por un video publicado en el panfleto de Eduardo Inda y no por el trato de favor que recibió la todavía diputada popular de la Universidad Juan Carlos I, y que desveló el digital eldiario.es. Decidme cándida, pero seguiré defendiendo el buen periodismo a pesar de que el destino de los diarios sea convertirse en mataderos.

No entiendo por qué la repeinada Cifuentes robó dos potes de crema Olay Regenerist 3 en un Eroski en lugar de vaciar la estantería de espirituosos de la sección gourmet de El Corte Inglés. Para disculpar su poca clase se ha dicho que es cleptómana y que en estos casos lo que menos cuenta es el valor del producto robado. Es un trastorno obsesivo compulsivo y a los que lo sufren les pone más el riesgo que la vergüenza que les da que los atrapen. A mí me importa una higa que sea cleptómana y tampoco descarto que sea un cuento. En realidad, si hay alguien perjudicado es Procter&Gamble, propietaria de la marca Olay, porque las arrugas de Cifuentes demuestran que el potingue no es tan efectivo como asegura Núria Roca.

El caso Cifuentes ha puesto de relieve las luchas intestinas entre las familias populares por controlar Madrid, la joya de la corona y el centro del poder omnipotente. Si hacemos caso de las fuentes anónimas, resulta que la expresidenta ha sido presuntamente víctima de chantaje y se la ha espiado desde que despuntó como candidata a dirigir la comunidad madrileña cuando todavía era delegada del gobierno. Que es ambiciosa y no tiene ni estómago ni buen gusto lo demuestra su affaire con Ignacio González, también caído en desgracia por corrupción, que reveló al juez Francisco Granados, otro pajarraco popular de mal agüero. Es indiscutible que el paso por Madrid de la maligna Aguirre ha creado escuela pero visto el nivel del culebrón, diría que los alumnos han superado a la maestra. ¡Hasta hay quién asegura que Cifuentes hacía vudú a sus rivales políticos y enviaba anónimos a esposas cornudas!

Ya se sabe que a río revuelto, ganancia de pescadores. Y en la política este refrán funciona a la perfección. Solo hace falta ver la gran victoria Ciudadana: ni ha tenido que dar apoyo a los corruptos populares madrileños ni ha tenido que apoyar la moción de censura de los desorientados socialistas. Mientras el PP se descompone por la putrefacción, Albert Rivera cabalga hacia la Moncloa con Manuel Valls y Mario Vargas Llosa como esperpénticos jinetes del Apocalipsis naranja que se acerca.

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