Diversos

La diversidad está de moda y quizá siempre lo ha estado. Basta abrir los ojos para darse cuenta de la abundancia de las diferencias. No solo en lo que nos rodea, sino en nosotros mismos. Pero, como dice el refrán, «una cosa es predicar (diversidad) y otra dar trigo (comportarse con arreglo a ella)».

La diversidad se refiere a la diferencia o a la distinción entre personas, animales o cosas, a la variedad, a la infinidad o a la abundancia de diferencias, a la desemejanza, a la disparidad o a la multiplicidad. Es muy considerada la diversidad en sociología y ahora se habla mucho de diversidad biológica. Viste referirse a la diversidad cultural y no digamos a la sexual. Y en esas, no es nada raro que nos pase desapercibida e incluso, lo que es peor, que se vea como amenaza.

No es raro que, instalados en la abstracción, seamos ciegos a la diversidad que anida a la vuelta de la esquina. No hace falta viajar al campo de la biología, la etnología o la historia para comprobar que la diversidad es nuestra razón de ser. Basta con mirar al vecino. Pero no sé qué impulso, querencia o atavismo nos empuja a su contrario, a la estandarización, al aplanamiento o como se le quiera llamar. Así, en vez de celebrar la diversidad, la combatimos y optamos por hacer pasar las cosas por la ley del embudo ¿Miedo a la libertad? Quizá. Y, en cualquier caso, tóxico y muy aburrido.

Como les ocurre a ciertos pacifistas profesionales, que tras tanta prédica de la paz acaban haciendo el caldo gordo a la violencia, no faltan misioneros de la diversidad que practican la uniformidad. Aquí, en Cataluña, los tenemos muy cerca y, por añadidura, idealizados en ocasiones. Prefieren sumarse a las corrientes dominantes que ejercitar su singularidad, resultan proclives a lo compacto, se socializan y tienden a utilizar categorías absolutas al hablar de las cosas.

Más raro aún parece resultar ejercer la diversidad personal que, en definitiva, es la que acaba determinando algunas de las otras. Porque, en contra de lo que pudiera parecer, cada uno de nosotros no está hecho, salva raras excepciones, de madera, hormigón u otra materia uniforme. Somos enormemente distintos en nosotros mismos, aún en el campo de las ideas, las querencias políticas y el terreno de los valores. Podemos, sin ir más lejos, ser feministas, socialistas o comunistas, animalistas… Todo a la vez. Pero como en esto la cantidad y la organización de los gustos también cuenta, la cuestión está en determinar cuánto se es de cada cosa y qué lugar ocupan las cosas en cada uno de nosotros.

No es de extrañar que, en tiempos de polarización, como el que actualmente se vive en Cataluña, tendamos a interpretarnos a nosotros mismos de manera unilateral, como el procés mismo, y ninguneemos nuestro yo plural, que es el real. Así, acabamos actuando como si fuéramos de una pieza y no casi, con perdón, un rompecabezas. Simplificamos, en fin, y como dice el escritor Bernardo Atxaga, acabamos con un solo pájaro en la cabeza, que es muchísimo peor que tener la cabeza a pájaros. Cuestión que, en cualquier caso, también es susceptible de modularse, dejando, verbigracia, de ser todo de algo para serlo un poco menos. Así quizá liberemos espacio a otros espacios de la diversidad.

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