Cataluña ya llega al Atlántico

De maneras de organizar el Mundo hay muchas y todo depende de la correlación de fuerzas de cada momento y de la cosmovisión (política, económica, cultural, mediática…) predominante. Puestos a hacer mapas, cada cual dibuja los suyos. Eso sí, siendo respetuosos con los de los otros. Yo defiendo la plena libertad para exponerlos todos en igualdad de condiciones ante la opinión pública, cosa que desgraciadamente no pasa ahora y aquí, donde la dialéctica independentismo/unionismo bloquea cualquier otra dimensión geopolítica que se pueda plantear.

A lo largo de estos 27 años de EL TRIANGLE, he ido exponiendo una propuesta alternativa a los clichés territoriales heredados de la Edad Media -cuando nuestros antepasados creían que la Tierra era plana-, y que, de manera sorpresiva, todavía condicionan y obturan actualmente la percepción de nuestra identidad y le imponen unos rígidos límites geográficos. ¿Por qué establecemos nuestro fines terrae en los confines del triángulo que tiene como vértices el cabo de Creus, el delta del Ebro y el Valle de Arán?

En el mundo de hoy, la humanidad se vertebra alrededor de las grandes ciudades y de las megápolis, con todas las ventajas e inconvenientes que esto comporta. Para hacernos una idea: Tokio tiene 38 millones de habitantes; Nueva Delhi, 25 millones y México DF, 21 millones. Por eso, cuando me preguntan qué es Cataluña, yo lo tengo claro: con 7,5 millones ¡somos un barrio de México DF! Guste o no guste a los nacionalistas/independentistas, la gran fuerza y la gran razón de ser de Cataluña es hoy el área metropolitana de Barcelona y sus 3,3 millones de habitantes (5 millones si extendemos el radio de influencia hasta el arco formado por Vilanova i la Geltrú, Vilafranca, Igualada, Terrassa, Sabadell, Granollers y Mataró).

Con todo el respeto por Pau Vila, la actual división comarcal es, en muchos ámbitos, una rémora que crea artificiales e inviables reinos de taifas interiores. Despedazar el área metropolitana entre las comarcas del Barcelonès, Baix Llobregat, Maresme y Vallès es, sencillamente, un absurdo que nos ha sido legado por las obsesiones antimaragallianas de Jordi Pujol y ya es hora que desaparezcan del mapa. Algo parecido pasa con las diputaciones provinciales que, por ejemplo, dividen artificialmente la especificidad pirenaica o condenan las Tierras del Ebro a la marginación.

Una segunda realidad geopolítica que nos define en este siglo XXI es la Eurorregión, fomentada e incentivada desde Bruselas. Este espacio de integración económica parte de la consideración que los Pirineos, más que una frontera, son el eje que conecta extensos territorios, a ambos lados de los picos, con una intensa afinidad histórica y una alta actividad productiva. La Eurorregión Pirineos-Mediterráneo está formada por Occitania (5,8 millones de habitantes), Cataluña (7,5 millones), Aragón (1,3 millones) y las Baleares (1,1 millones), con una posible ampliación a la Comunidad Valenciana (5 millones). El proyecto eurorregional tuvo un gran impulso durante la presidencia de Pasqual Maragall, pero la ortodoxia independentista lo castró desde que tiene el control del Palau de la Generalitat.

Estructurar esta Eurroregión de más de 20 millones de habitantes, de la que Barcelona es el principal polo demográfico y económico, daría otro sentido a la posición de Cataluña dentro de España –liberándonos de la histórica y enfermiza «dependencia» con Madrid- y en el marco de la Unión Europea, transformando la hostilidad que merece el proceso independentista en Bruselas en un clima de receptividad y cooperación. La consideración de Toulouse o Montpellier como nuevas realidades plenamente incorporadas y normalizadas en nuestra vida cotidiana nos abriría unos horizontes empresariales y culturales de gran potencia.

La tercera dimensión geopolítica que defiendo es la reunificación ibérica en un nuevo Estado para crear una potencia demográfica de 57 millones de habitantes, competitiva a escala europea con Alemania (80,6 millones), Francia (66 millones) e Italia (60 millones) y que nos garantizaría una mayor capacidad de influencia en Bruselas. Si portugueses y españoles fuéramos inteligentes, entenderíamos que la plataforma peninsular es un poderoso hub que unifica cuatro continentes y que puede convertirse en el ombligo del Mundo. Conectar el Atlántico con el Mediterráneo y consolidar políticamente el eje Lisboa-Madrid-Barcelona es la clave de un proyecto alentador y cargado de futuro.

En este sentido, los iberistas estamos de enhorabuena: Caixabank, entidad catalana con sede en Barcelona, acaba de culminar la compra del banco portugués BPI. Cataluña ya llega al Atlántico y esta es una gran noticia.

Debemos borrar los prejuicios, liberarnos de las cadenas históricas que nos encarcelan y abrir los ojos a nuestro alrededor. El planeta evoluciona muy rápidamente y no podemos ser tan miopes para quedarnos anclados en conceptos geopolíticos que, como la independencia, han quedado totalmente superados por las nuevas dinámicas europeas y mundiales. Si miramos los mapas de otro modo, los catalanes descubriremos quiénes somos y dónde estamos en este siglo XXI y podremos salir del actual callejón sin salida que nos condena al conflicto estéril y a la frustración permanente.

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