Erecciones españolas

El tiempo es relativo. Lo decía Einstein y los políticos españoles, siempre tan espabilados, lo han demostrado convirtiendo una legislatura de cuatro años en una de tres meses. Poco importa la frustración por un cambio político más necesario que nunca que no ha llegado, los recursos públicos derrochados en un momento de crisis económica tan grave, los sueldos que hemos pagado a los diputados y senadores más breves e inútiles de la historia democrática moderna, y el vergonzoso espectáculo testosterónico que los líderes políticos han dado marcando paquete y compitiendo entre ellos a ver quién la tenía más larga y meaba más lejos.

La inutilidad demostrada por este rebaño de machos alfa me confirma la necesidad de establecer la obligatoriedad de un examen psicotécnico como se hace en los procesos de selección de personal de las empresas. Este test de aptitudes se tendría que aprobar antes de la confección de la candidatura para tener derecho a la correspondiente subvención pública y tendría que incluir una prueba específica para detectar corruptos, psicópatas, prepotentes, borderlines, sexistas, gandules y caudillos. Sé que los test no son infalibles, pero como mínimo se haría una buena limpieza previa y se evitaría que el derecho al escaño fuese vitalicio y pasase de padres a hijos.

Leer que los diputados y senadores se han dedicado estos tres meses a hacer turismo a costa del erario público para compensar su aburrimiento incrementa todavía más mi indignación. Resulta que durante este desgobierno las Cortes no han podido elaborar leyes ni fiscalizar al gobierno popular en funciones, pero sí han podido organizar hasta 27 viajes al extranjero con destinos tan diversos como Tokio, Ulan Bator, Montevideo, Luxemburgo y Nueva York. De momento todavía no sabemos cuánto nos ha costado la broma en total, pero sólo en cuatro viajes la cifra supera de largo los 100.000 euros.

Visto como ha acabado al final el culebrón, mi conclusión es que casi nadie ha estado a la altura de la exigencia democrática de llegar a un pacto que les había impuesto el electorado el 20-D. Por tanto, la incompetencia demostrada les tendría que inhabilitar para futuras aventuras políticas igual que en una empresa se despide a un trabajador porque no rinde lo suficiente, y los primeros en pedir responsabilidades tendrían que ser los militantes y los votantes de los partidos en cuestión. Lamentablemente, no sólo esto no ha pasado, sino que resulta que los mismos incompetentes volverán a presentarse a las elecciones del 26 de junio y lo harán como si no hubiese pasado nada.

La monumental tomadura de pelo no acaba aquí. A parte del postureo sobre la reducción del gasto electoral, poca autocrítica por los errores cometidos –empezando por el surrealista pacto del PSOE con Ciudadanos-, pocas dimisiones y muchos reproches al adversario he oído estos días, cosa que ya nos tendría que alertar sobre el futuro que nos espera si volvemos a votar lo mismo. Los medios de comunicación se han apresurado a publicar encuestas y a especular sobre posibles alianzas y repeticiones de escenarios postelectorales. La perversidad del mensaje es tal que al final resulta que los electores somos los culpables de todo: del fracaso de ahora y del fracaso de junio si no cambiamos el voto o si nos abstenemos porque estamos en la playa y volvemos a entronizar a un ectoplasma.

A pesar de algunos ridículos cambios de ubicación de candidatas para parecer que las listas se renuevan, yo volveré a votar a los mismos en las erecciones del 26-J aunque lo haré tapándome la nariz como Nicolás Redondo. Votaré contra la estulticia humana para hacer la puñeta y llevarles la contraria. Votaré igual para provocar una úlcera de estómago a unos políticos que no nos merecemos y para contribuir a desestabilizar unas instituciones que no son las mías y que me condenan a golpe de Constitución ignorando que siempre llevo una cerilla en el bolsillo.

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