Con lo que Joan Laporta y su junta llevan gastado en algunos restaurantes como Via Veneto y Botafumeiro se podría financiar generosamente una asamblea de socios del FC Barcelona. No sirve ese argumento de la precariedad económica, que la directiva le ha colado a la prensa para justificar la decisión histórica de celebrar la asamblea ordinaria de la temporada 2021-22, la de las palancas, en el formato telemático y no en el formato presencial tradicional.
La consecuencia es que no surgirá, al menos hasta que la junta de Laporta sea relevada por los socios en unas elecciones antes de su conversión en sociedad anónima, ninguna nueva oportunidad de garantizar los derechos democráticos de participación, transparencia, libertad de expresión y de opinión, ni de poder votar con la seguridad y la visibilidad del voto a brazo alzado en una asamblea.
Reprimir brutalmente la interacción entre los socios y la junta, la interpelación directa de los socios, las preguntas difíciles y comprometidas, las muestras más elementales del barcelonismo de a pie, y las reacciones espontáneas a las intervenciones o a las explicaciones -sencillamente, la posibilidad de ser protagonista del acto social más importante de la vida de muchos socios- es el único objetivo de Laporta para aferrarse a un modelo basado en el vínculo digital, también para las votaciones, que no sólo no recogen ni reconocen los estatutos sino que, particularmente en el caso del voto telemático, la asamblea votó en contra cuando fue planteado en un día y en unas circunstancias no tan lejanas.
Laporta prefiere evitar el cuerpo a cuerpo, las sorpresas y las incomodidades derivadas del libre uso de la palabra y del voto, dos atribuciones de la asamblea tradicional que ya le causaron problemas en la cita ordinaria de octubre de hace un año. Aquella semana, en sesión doble, no hubo de esforzarse mucho para embaucar a los socios con la promesa de un segundo referéndum sobre el Espai Barça, pues el embuste va con su naturaleza y, a fin de cuentas, es su especialidad, pero perder la votación contra la continuidad de la Confederació Mundial de Penyes fue la gota que colmó el diminuto vaso de su tolerancia y paciencia democráticas.
“¡Nunca más!”, esa fue la determinada y firme reacción del presidente tras una derrota asamblearia que significó un antes y un después en la decadencia democrática y social del FC Barcelona.
Peor aún que la decisión de Laporta de recurrir sistemáticamente a las asambleas caudillistas y dictatoriales ha sido la reacción pasiva, sumisa y ausente de la prensa, de los opinadores, de las tertulias y de las redes sociales, el conjunto de ese entorno mediático que con tanto histerismo protesta, en cambio, ante auténticas nimiedades. Frente a la consolidación de un giro social no pronosticable, mucho menos transcurridos 47 años desde la muerte de Francisco Franco, ese cuarto poder apenas ha levantado un dedo ni ha perdido un minuto en tratar el tema o poner en cuestión la razonabilidad de arrebatarles a los socios del Barça la última posibilidad de un acto social mínimamente protegido por un reglamento democrático y con garantías para la libertad de expresión.
Un triste final, seguramente indigno de la historia y de la grandeza de un club que, hasta el segundo retorno de Joan Laporta a la presidencia, podía presumir de esa singularidad -ya superada- que es el ejercicio de la propiedad de los socios a mediante la asamblea, decidiendo las cuestiones clave para su futuro.
El periodismo se ha abandonado a ese curso que parece natural de los acontecimientos en el que, por miedo al star system laportista, su principal deber y compromiso no es otro que el de justificar todas y cada una de las barbaridades de la actual junta directiva por extrema, poco ética, arbitraria o humillante que sea como, en este caso, validar la supresión definitiva de la voz y el voto de los socios.
La experiencia ha demostrado, tanto en el referéndum del Espai Barça como en las dos asambleas telemáticas celebradas hasta ahora, que la gestapo laportista puede controlarlas y manipularlas. La limitación de las preguntas -que se han de presentar también telemáticamente por adelantado-, la supresión efectiva de las intervenciones de los compromisarios -que no pueden realizarlas cuando quieren ni sobre las temáticas que les interesa-, los demostrados problemas para votar de cientos de socios que aún esperan explicaciones y un largo etcétera de incidencias registradas no son nada comparado con el hecho, incuestionable, de que no existe ninguna forma de confirmar quién ni cuántos socios están conectados ni qué número ha ejercido su derecho a voto ni en qué sentido han votado. Todo se limita a un acto de fe virtual y digital en el que finalmente se anula el debate, el contraste de opiniones, la emoción y la responsabilidad de sentirse compromisario, el protagonismo de ser escuchado y de interpelar a la directiva sobre el asunto que sea porque ese es su derecho y también su obligación.
De hecho, en la convocatoria telemática no se anima a la participación, sólo se informa de la posibilidad de enviar preguntas en lugar de abrir la asamblea a las intervenciones (opiniones y sugerencias) de los socios.
Y más desafortunado y decepcionante resulta todavía escuchar las acotaciones de los periodistas complacidos con la perspectiva de evitar la cobertura de un acto de club que califican de demasiado largo y aburrido. Las asambleas telemáticas de Laporta son celebradas por la prensa porque duran menos, tienen un final feliz, previsible, y se pueden seguir por la señal de Barça TV.
Todo lo que se decida y apruebe, refrendado por una mayoría anónima y digital, silenciosa y resignada como nunca, constará como legalmente aprobado. Sin duda. También certificará que el Barça ha dejado de ser más que un club.
