Laporta se esconde hasta del fantasma de Messi y agravia al equipo femenino

Como ya empieza a ser habitual, el presidente del Barça no dio la cara en Arabia tras el ridículo de la Supercopa y alegó problemas de agenda para no representar al Barça en el The Best, donde Aitana Bonmatí fue coronada como la mejor del mundo junto a Leo

Aitana Bonmatí, mostrant el guardó The Best

La nueva edición de los premios The Best, el equivalente al Balón de Oro que patrocina y otorga la FIFA, en este caso mediante las puntuaciones de los propios futbolistas, volvió a abrir otra brecha sangrante y dolorosa en el barcelonismo por haber perdido, desde 2021, la posibilidad de capitalizar el rush final glorioso de la carrera de Leo Messi, desgraciadamente alejado del Camp Nou por culpa de la catastrófica decisión de echarlo por parte de Joan Laporta, al que Ferran Reverter y Eduard Romeu le sirvieron de excusa para quitarse de encima un jugador que, equivocadamente, no estaba tan acabado. Gerard Piqué también tuvo su parte de culpa sugiriéndole que Leo era también un problema en el vestuario, donde lógicamente ejercía un liderazgo indiscutible, una especie de caciquismo, según la versión de Gerard, quien se ofreció como chivato y hombre de confianza del nuevo presidente para controlar el estado de ánimo y asegurarle el colaboracionismo de la plantilla, también a la hora de despedir a Ronald Koeman.

El cambio de líder no pudo salir peor para el Barça de Laporta, ausente otra vez en la coronación de la nueva líder del femenino, Aitana Bonmatí, como mejor futbolista del The Best, también ganadora junto a Messi como en el Balón de Oro. El presidente, que venía de estar de tournée desde antes de Navidad por Oriente Medio y Bali, de protagonizar cenas pasado de vueltas y haciendo gala de su inclinación al exceso, alegó problemas de agenda para no estar donde debía, como era su obligación, junto a la nueva The Best, reina del fútbol mundial a la hora de recibir otra distinción que enorgullece al FC Barcelona, reconocidamente el mejor equipo del planeta en este momento, campeón de la Champions 2023 y base del equipo español campeón del mundo.

Laporta vuelve poco a poco a sus orígenes, a su verdadera esencia, despreocupado e insensible al empoderamiento de fútbol femenino -no les perdona que sus propias jugadoras se cargasen a su amiguete y salvador Rubiales- y a capitanear el naufragio institucional que desde hace meses ya era evidente en todos los órdenes pese al camuflaje de esa ilusión que había vuelto de su brazo electoral con un balance que, pese a la Liga 2022-23, empieza arrojar demasiadas sombras y decepciones, especialmente en Europa, donde el suspenso ha sido total y, a veces, hasta vergonzoso.

La tormenta actual se ha desatado porque en este curso, que debía ser el de la explosión del proyecto Xavi, el juego y los resultados al final del primer semestre han sembrado el pánico y provocado lo que parecía imposible, que la propia figura de Laporta, intocable y monolítica hace apenas unas semanas, ahora se enfrente a un súbito e imprevisto revisionismo desde el malestar y el cabreo de miles de socios que, de pronto, parecen despertar de ese estado de amnesia/alienación/parálisis, como si de golpe se hubiera pasado del efecto pastillero y narcotizante del éxtasis electoral laportista a una realidad infernal.

Laporta ha percibido esa frustración tan peligrosa en el ambiente que ha decidido evitar dos de sus primeras obligaciones como presidente, dar la cara en un momento crítico como el que se está viviendo, tras el revolcón del Real Madrid al equipo de Xavi, de esos que dejan secuelas, y acompañar a su jugadora franquicia y reina del fútbol mundial en la gala del The Best, Aitana Bonmatí, representando al FC Barcelona.

La explicación es que Laporta se ha vuelto cobarde, ya no es aquel presidente beligerante y atrevido, el personaje disruptivo que reconquistó el favor de los socios hace casi tres años con una envolvente mediática que, por desgracia solo era eso, una pancarta que como la alfombra de Joan Gaspart solo ocultaba basura, desgobierno, intereses zafios, nepotismo y ruina. Lo único que le faltaba a Laporta este lunes era otro premio mundial a Messi, el number one de la historia engañado, traicionado e injuriado por él mismo no una, sino varias veces. Esta vez, ausente Messi, no corría el riesgo de sufrir otro desplante de Leo a esa foto imposible que tan desesperadamente ha buscado desde que le dio la patada en el momento equivocado. Ya le teme hasta el propio fantasma de Leo, una especie de maldición que le perseguirá para siempre.

El presidente se esconde porque el desgaste de la institución, el deterioro y la degradación del laportismo cuestan de disimular. El propio club, en su memorabilia, reconoce que los productos estrella siguen siendo los de Leo, como una camiseta firmada por él, a la venta por 2.499 € (un brillante de 0.5 quilates del FC Barcelona es más barato: 2.500 €) o un brazalete de capitán también firmado por él, por 1.799 €, frente a los 799 € del firmado por Iniesta. A las reservas de fotos y prendas de Leo, lo poco que va quedando, además de ser los más valorados, se reduce la mínima explotación del recuerdo de Leo.

Laporta ha dejado perder un filón extraordinario con un impacto real y ya indiscutible de una merma de ingresos evaluada en 300 millones como consecuencia de su lamentable expulsión. Normal que prefiera no avivar en la afición barcelonista ese efecto Leo tan negativo para su credibilidad.

Lo imprevisto ha sido que la Supercopa, un trofeo realmente menor y prescindible, se mire por donde se mire, haya sido el detonante que socialmente haya precipitado un vuelco en la corriente de opinión en torno a una gestión como la de Laporta, indecente y absurda, que hasta ahora no se había puesto en tela de juicio.

Ya se sabe cuál es la solución preferida de Laporta en cualquier circunstancia, de bonanza o de tragedia: fichar. ¿A quién? ¿A otro Vítor Roque?

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