Laporta se desmarca totalmente del ‘procés’ y de su perfil independentista

A diferencia de su actitud entre el 2015 y el 2017, cuando acusó a Bartomeu de inhibirse, ya rebajó su soberanismo en las elecciones y ahora quiere ocultar que sus 'amigos' son Tebas, Florentino, Rubiales y su cuñado franquista

Joan Laporta
Joan Laporta

Parecía imposible hace dos años, cuando Joan Laporta ganó las elecciones y pudo regresar al palco del Camp Nou, que el procés hacia la independencia de Cataluña tomara un giro como el actual y un escenario en el que las fuerzas soberanistas se han convertido en el árbitro de la investidura de Pedro Sánchez gracias a los votos capitales de Esquerra Republicana y de Junts, la antigua divisa convergente venida a menos por la corrupción anidada en el pujolismo a lo largo de los años y el ámbito en el que se eligió, formó y dio cobertura a Laporta para que, desde 1996, capitalizara a favor de sus intereses la oposición frontal contra el entonces presidente, Josep Lluís Núñez.

Aunque ha llovido mucho desde entonces, Laporta no ha dudado en usar la política y el Barça exclusivamente en beneficio de sus más egoístas intereses y objetivos. A imagen y semejanza de la propia dinámica de la política y de sus líderes, no ha dudado jamás en emplearla para manipular y generar el estado de opinión más conveniente, especialmente en el relato electoral barcelonista.

Al principio acentuó su catalanismo hasta con un punto de radicalidad, porque así contrastaba con el catalanismo formal, aséptico y más bien frío de Núñez, al que se le atribuía una ideología próxima al Partido Popular. Paradójicamente, aunque el pujolismo, madre y padre de todas las batallas de Laporta, fue el gran enemigo de Núñez, a la hora de votar un presidente del Barça en los socios pesaba mucho más su mentalidad y éxito empresarial que su presunta empatía con la derecha, y se hizocon los votos de miles y miles de barcelonistas que, en las elecciones generales, apoyaban incondicionalmente a CiU.

Cuando ganó las elecciones, aunque solo cuando obtuvo una amplia mayoría, se fue declarando ‘desacomplejadamente catalanista’ y luego ‘soberanista’. En las que perdió contra Bartomeu y contra el Triplete en verano de 2015 no le fue demasiado bien reiterar que «si soy presidente pondré al Barça a frente de la independencia de Catalunya». Empezaba a calentar motores el procés que culminaría el 1 de Octubre de 2017 con el referéndum para la independencia.

Fue en aquella campaña contra Josep Maria Bartomeu cuando Laporta jugó más fuerte esa baza en el contexto socio político del momento. Le pareció oportuno, creíble y más que efectivo a la hora de acaparar votos, exhibir su firme determinación de poder poner el Barça al servicio del soberanismo, básicamente de Artur Mas primero y de Carles Puigdemont después.

El barcelonismo laportista que ya dominaba ampliamente las redes sociales pareció conquistado y seducido por esa posibilidad de tener, por fin, un presidente abanderando la estelada e izándola frente a la tribuna principal del Camp Nou. En la urnas fue completamente distinto, aún acabó imponiéndose el voto más sereno y conservador, con menos interés en las guerras de la plaza de Sant Jaume contra el centralismo y más centrado en seguir disfrutando del tridente formado por Messi, Neymar y Suárez. Fue barrido en el recuento de votos, se fue del estadio cabreado y maleducadamente, como es él en realidad, sin ni siquiera felicitar al nuevo presidente. Aquella misma noche se juró a sí mismo que echaría a Bartomeu del palco como fuera.

Transcurrido el mandato, ese animal político que Laporta llevaba dentro desde 2003 fue voluntariamente enjaulado de cara a las elecciones de 2021 porque así lo aconsejaba la propia dialéctica de una sociedad desencantada y frustrada con el trasfondo del procés y el evidente cainismo entre sus fueras y facciones.

Laporta se encerró en un silencio más que prudente e inteligentemente neutro, pues le daba más rédito criminalizar a Bartomeu y a Sandro Rosell que hacerse el independentista. Además, ya había quemado ese cartucho hacía tiempo como miembro del Parlamento catalán, donde vendió su escaño por dinero y prebendas a favor de Convergència, y como regidor del Ayuntamiento de Barcelona, más recordado por su indolencia y absentismo que por otra cosa. La política, le confesó a los suyos, no daba dinero, no al menos en la forma y cantidad que el necesitaba y sin dar un palo al agua.

Su perfil soberanista, pese a que desde Waterloo y desde la Generalitat recibió la más amplia cobertura, del mismo modo que pudo contar con la movilización de la Assemblea Nacional de Catalunya y de Òmnium Cultural, y del favor de Mossos contra al anterior junta de Bartomeu, se ha ido diluyendo con el paso de los meses. Si ya fue esquivo y renuente a hablar de política más allá de lo estrictamente necesario, lo mínimo, aún se alejó más cuando, a causa de la pandemia, las elecciones al Parlamento de Cataluña no pudieron coincidir en el tiempo, a finales de 2020, con las del Barça como era el plan.

Menos ahora, cuando el Barça de Laporta ha tenido la oportunidad de dejarse ver en este periodo de negociaciones a favor de los partidos independentistas. A Laporta no le interesa para nada que, de pronto, alguien se ponga a rebuscar en sus principios soberanistas y se lo encuentre rehaciendo las relaciones con su amigo de siempre, Javier Tebas, madridista y exmiembro de Fuerza Nueva; intentando proteger todavía a Luis Rubiales, porque le salvó de una embestida de la UEFA por el caso Negreira -donde, por cierto, LaLiga ha promovido una querella del resto de los clubs contra el Barça-; o a escondidas, dejándose guiar sumisamente por los planes de Florentino Pérez. Por estas mismas razones, cuando Laporta alude y señala al madridismo sociológico como responsable de los ataques judiciales al Barça, no está acusando a nadie en concreto, sino nadando y guardando la ropa para quedar bien ante el barcelonismo.

Laporta no está hoy precisamente para enarbolar ninguna bandera próxima al independentismo porque, entre otras perturbadoras compañías que ha elegido figura la de su excuñado Alejandro Echevarría, inequívocamente franquista y hoy su mano derecha en asuntos clave del club como la seguridad y el orden deportivo, a través de su amigo personal Deco y de Jorge Mendes. Podría pasar, incluso, que en un contexto político de avance y de consolidación del independentismo, Laporta, incomodado, se escondiera aún más de su pasado soberanista y por descontado también al Barça de cualquier implicación pública.

El 1 de octubre de 2017, con ocasión del referéndum y de la postura del Barça de jugar a puerta cerrada su partido de Liga contra Las Palmas, Laporta dijo en Twitter: «Es inhibirse. Es votar en blanco. Es ser cómplice de los que usan la violencia de forma indiscriminada», dijo. Inhibirse y ver la vida en blanco es lo que él precisamente hace ahora para pasar lo más desapercibido posible.

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