Dijo en su día José María Aznar que antes se va a romper Catalunya que España, y seguramente fue uno de sus mejores augurios. La legítima independencia de Catalunya ha sido, es, y probablemente será, sobre el tablero político, babélica; si a esto añadimos la crónica división del independentismo catalán, convendremos que la gesta se presenta francamente quimérica. Ahora están, unos (ERC) y otros (Junts), en una fase estéril e infantil de retarse para saber quién la tiene más grande (la independencia). En plena negociación para investir o no a Pedro Sánchez, si uno pide la amnistía, el otro añade el referéndum, y dos huevos duros. Todo ello, para exhibir una superioridad independentista. Saben las partes que el PSOE no va a transigir con la consulta. Total, que la investidura parece ir por el pedregal. Sin embargo, es público y notorio que, como los gatos, al menos hasta ahora, Sánchez suele caer de pie. De momento, el rey Felipe VI, después de hacernos perder el tiempo proponiendo a Alberto Núñez Feijóo para la investidura, ahora propone a Sánchez y se vuelve a poner en marcha la cuenta atrás. Veremos qué ocurre.
Hace tiempo que la política española, y la catalana más, sobreactúa en exceso y nada invita a pensar que la verdad se imponga al fingimiento. Como Jim Carrey en Dumb & Dumber o en la mayoría de sus películas, actores políticos como Carles Puigdemont u Oriol Junqueras sobreactúan exagerando ser los más víctimas, los más sacrificados y los más independentistas de la aldea, compitiendo entre ellos por lo que reza el titular, a ver quién la tiene más grande (la independencia). En circunstancias normales, después del desgaste del procés, ambos estarían jubilados. Pero, uno inhabilitado y otro huido, se aferran a la supervivencia, uno como presidente de ERC y el otro como parlamentario europeo.
A un lado de la balanza existe la posibilidad de una amnistía para intentar limpiar los estragos del procés, los avances sobre el catalán y seguramente la voluntad de continuar dialogando, y algunas lentejas más, con el desgaste que pactar siempre comporta ante los más hiperventilados; al otro lado de la balanza, la exigencia de un referéndum y otros dos huevos duros, que puede conducir a nuevas elecciones, con la incertidumbre de los resultados -quizás esta vez PP y Vox sumen, o quizás no-, con el desgaste que no pactar siempre comporta ante los más moderados. Parafraseando en parte el cartel del estratega de la campaña electoral de Bill Clinton, James Carville, en las elecciones de 1992 contra George H. W. Bush (padre), es la política, estúpidos.