¿Cómo consiguió Laporta que el gol norte celebrara la eliminación en Champions?

Aficionats del Barça

El Camp Nou fue testigo de una escena insólita cuando, al concluir el triste partido de Champions contra el Bayern Munich, la grada de animación reclamó la presencia de los jugadores para celebrar junto a ellos el decepcionante resultado encajado (0-3) frente al equipo alemán. Pero, sobre todo, para compartir ese momentum de la eliminación, por segundo año consecutivo, de la Champions League.

Al contrario de lo que provocó esa misma circunstancia el año pasado -la destitución de Koeman a falta de tres partidos claves de la liguilla, una situación que no pudo evitar Xavi Hernández, frente al Benfica y el Bayern-, esta vez la amenaza del ese regreso ridículo a la Europe League había llegado envuelta de una tibieza ambiental y la esperanza de un milagro en el último minuto, inasequible al desaliento incluso tras la derrota en el Bernabéu (3-1) en medio de esta tormenta.

El clímax ambiental del estadio ante un partido que, para mayor desencanto, podía empezar con el Barça ya eliminado -como finalmente sucedió- fue artificialmente preparado desde la junta para evitar pitidos, abucheos, cánticos desagradables y gritos de dimisión proferidos hacia el palco.

Ciertamente, la capacidad de la junta para alcanzar acuerdos con la grada de animación es absoluta si entran en juego facilidades para dar entrada a no socios, a una bolsa de localidades tipo invitación, material para tifos, mejora de las instalaciones, plazas gratis para desplazamientos y un largo etcétera de facilidades y mimos que esta junta de Laporta le empezó negando en la campaña electoral.

No hace falta ser muy listo para modificar esa actitud crítica y contraria, que llegó a la máxima tensión cuando los grupos del gol norte se negaron a animar como protesta por el escándalo en las gradas del Camp Nou con motivo de la visita del Eintracht Frankfurt. Desde aquel momento hubo un punto de inflexión a partir del cual la directiva engatusó a varios grupos invitándolos a participar en los arreglos del Seient Lliure y la posible modificación de los estatutos.

El premio gordo, sin embargo, se repartió anticipadamente en otoño ante la perspectiva de salir a jugar contra el Bayern el miércoles pasado ya como equipo de Europa League matemáticamente.

Nadie puede admitir como normal, habitual, previsible o lógico ese estallido de entusiasmo, aplausos, cánticos y hasta de alegría tras la lección de autoridad del Bayern frente a un Barça que ni chutó a puerta en noventa minutos.

Esa exageración, impropia de la grada y del equipo de volver a salir al campo y saludar al Gol Nord, delata el montaje orquestado desde el palco en connivencia con la grada de animación para escenificar que aquí no ha pasado nada. El barcelonismo de verdad no estaba para fiestas después de caer otra vez en el pozo de la Europe League, menos aún con 870 millones invertidos en fichajes.

Al equipo no le alcanza para la Champions. A la junta de Laporta sí que le alcanza, sin embargo, para gestionar la realidad mediática sobresalientemente en comparación con la gestión deportiva dramática y errática.

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