Cambios

Después de dos años sin coger el tren (tengo la suerte de trabajar en mi ciudad y me desplazo andando), el pasado jueves tuve que ir a la ciudad condal y lo hice en transporte púbico, cogiendo la RENFE.

El trayecto era conocido, bajaba en arco de triunfo, como había hecho años atrás cada día para ir al Parlamento, pero esta vez no iba preparada mentalmente para lo que había sido mi pan de cada día: la incertidumbre de saber cuándo llegará el tren, los más de 20 minutos de retraso que me hicieron llegar tarde donde iba.

Cuando me era obligatorio coger el tren para ir a trabajar respiraba profundo y relativizaba, levantándome mucho antes para llegar así también antes o por lo menos no llegar tarde. Ahora, que no lo necesito, la opción del tren la utilizo por el hecho que sé que es más sostenible, pero la realidad es que por muy motivado que puedas estar, la carencia de inversiones durante años han hecho que se trate de una infraestructura obsoleta que no está a la altura de los retos actuales.

La contaminación atmosférica es el riesgo medioambiental más grande para la salud en la Unión Europea a causa del elevado número de muertes prematuras que provoca año tras año la mala calidad del aire.

En este sentido, el uso del vehículo privado es uno de los principales responsables de la polución de nuestras ciudades. La alternativa es reducir la circulación de coches y motos contaminantes y promover desplazamientos más sostenibles: andar, desplazarse en bicicleta o VMP, vehículos eléctricos o el transporte público.

Tenemos ahora, con la crisis energética y la rebaja del precio del billete, una buena excusa para que más personas empiecen a desplazarse en transporte público y hagan su rutina. Es un buen incentivo que tenemos que saber aprovechar poniéndonos las pilas: no solo mediante la concienciación ciudadana -necesaria- para el cambio de hábitos, también impulsando esta movilidad verde que por muchas dificultades que comporte es el único futuro posible. Tenemos que impedir que esta gente, una vez el billete vuelva al precio habitual, devuelva a sus transportes privados. Y si lo queremos hacer bien, lo tenemos que hacer no solo apoyándonos en leyes y prohibiciones como la de impedir el acceso de los vehículos más contaminantes. Hay que impulsar un cambio de vida global. Lo podemos hacer. Ya lo hemos hecho otras veces: Cuando en los 90 nos alertaron del peligro del agujero de la capa de ozono, nos pusimos las pilas, hasta el punto que conseguimos que no siguiera creciendo. Solo hace falta que nos lo creamos.

La madre tierra parece que ahora nos vuelve a pedir un cambio de rumbo, cosa que tiene sentido si pensamos que con nuestra actividad hemos conseguido pasar del holoceno, un periodo en que la temperatura de la tierra nos permitió construir las grandes civilizaciones, al antropoceno, un periodo más inestable que, con los incendios y trombas de agua, ya nos muestra como de difícil puede acabar siendo nuestra existencia. Solo con un auténtico compromiso social y político podemos revertir esta situación y hacer que nuestros hijos e hijas vivan en un mundo sostenible.

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