La verdad sobre el ridículo mediático del ojo morado de Laporta

El periodista Salvador Sostres desmonta y denuncia el paripé mediático del accidente doméstico como la peor y más grotesca excusa para intentar tapar la evidencia de un puñetazo fruto de un altercado nocturno

Las amistades de Laporta siempre han sido peligrosas, en parte porque su entorno y compañías fuera del Camp Nou y más en plan ocio nocturno no se las recomendaría ningún padre a su hijo, y en parte porque siempre hay alguien de su círculo dispuesto a explicar qué sucede cuando al final de una juerga algo sale mal.

Eso es lo que ha hecho esta semana el ambivalente Salvador Sostres, de profesión periodista, de los pocos que además de no tragarse lo del “accidente doméstico” como causa probable del ojo morado del presidente en el palco del Camp Nou el domingo ha decidido averiguar los detalles.

Ambivalente, porque su propia línea periodística, que no la del diario ABC, mezcla salvajemente el elogio y la admiración hacia Laporta, o al menos el rescoldo de esa pasión admitida en su día por el presidente del Barça, con la crítica más mordaz, aguda y, en cualquier caso, siempre ingeniosa y de redacción impecable.

Su artículo, titulado “El Elefante y el Embarcadero”, resulta imprescindible, no sólo por el relato de cómo un puño ajeno acabó amoratando con evidente puntería y precisión el ojo derecho del presidente. También porque retrata la causalidad de esa obesidad que, puede conjeturarse, lo han convertido en el presidente más indisimuladamente gordo de la historia del club, según Sostres por culpa de una glotonería que mezcla la hambruna de un Carpanta con la rutina alimentaria de un personaje que habría inspirado “La Grande Bouffe”.

Salvada esa referencia con un relato apoteósico de su pantagruélica voracidad, el articulista se mofa y se divierte, hasta un punto de indignación que no oculta, con los esfuerzos del aparato de comunicación de la junta, esa ‘gestapo’ con frecuencia eficiente, por mentir y ocultar lo que, era evidente, fue el resultado de un certero puñetazo y no un accidente doméstico.

La versión oficial, repetidamente divulgada por esa prensa robótica, ciega y tan pusilánime, pretendía relacionar la causa de ese hematoma inconfundible con algún tipo de accidente hogareño, como si alguien se pudiera imaginar, de verdad, a Joan Laporta realizando algún tipo de tarea hogareña y mucho menos haber dedicado el fin de semana al bricolaje.

La ingenuidad y tragaderas de los medios de comunicación barcelonistas parece, no obstante, infinita.

Sostres también se hace eco de los detalles de esa versión oficial, según la cual el presidente pasó el fin de semana en algún lugar indeterminado de la costa de Francia con una amiga de gustos y atenciones caros, que lógicamente sería testigo de ese incidente en un embarcadero, puede que un resbalón o un tropiezo, causante del ojo morado.

Laporta, según se explica en el texto, habría ofrecido esos detalles no para convencer a los suyos, que conocen mejor que nadie sus fechorías y sus ilimitados excesos antes del alba, sino para ese otro círculo que llena el palco del Barça de ‘palmeros’ y de mediocres en busca de su oportunidad para aprovechase del club, en su mayoría dispuestos a creerse completamente el cuento del embarcadero y de ese idílico y glamuroso fin de semana tan inoportunamente alterado por un tropiezo.

Finalmente, centrado en el hecho principal, el ojo a la virulé del presidente, desvela, como quien no quiere entrar en demasiados detalles turbios, que un vecino de la residencia de Laporta en Sant Cugat lo vio llegar a muy altas horas de la noche en un estado poco presentable y en no muy buenas condiciones, desde luego con el ojo inflamado por la contusión, se interpreta que reciente, y también con la ropa afectada por los signos de una pelea que, por lo que se ve, acabó rápidamente y sin más consecuencia que esa inequívoca señal de un puñetazo recibido en el fragor de un altercado.

Le puede pasar a cualquiera. Así lo admite el firmante de esa opinión que, como conclusión, no entra en cuestiones más personales e incómodas, desde luego legítimas y también bastante populares, sobre cómo vive y celebra Laporta sus horas de disfrute nocturno. Lo que sí le cabrea es la mentira y ese envoltorio patético y vergonzoso del intento, por parte de la junta y de su aparato de prensa, de engañar al barcelonismo y al aficionado con una patraña y un embuste tan absurdos.

Le ofende, y así lo expresa, que además se afirme de Laporta que puede permitirse con sus propios recursos invitar a quien sea, pareja, novia o amiga, a una salida de fin de semana tan costosa, pues deduce que, si no tenía un euro cuando se presentó a presidente y el cargo al que dedica todas las horas de la vida es honorífico, en la actualidad debe seguir a dos velas.

De un artículo tan recomendable, lo mejor es el postre, la parte en que explica cómo un día, en el restaurante Botafumeiro, dio cuenta de todas las reservas de marisco, abundantemente regado, remató la espectacular ingesta con cuatro raciones de pasteles, variados, y bolas de helado con chocolate fundido.

Cómo puede acabar, pues, una noche de Laporta que empieza con una cena tan poco frugal.

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