Macronear

Macronear es un neologismo, un concepto nuevo que se ha formulado en Ucrania y que se ha extendido rápidamente por la Europa del Este e incluso ya se utiliza en Francia. Tiene el sentido de prometer sin intención alguna de cumplir. De mariposear con aparentes buenas intenciones y solidaridades, pero sin que después se concrete. De afirmar una cosa y hacer, sin despeinarse, la contraria. De pretender estar en misa y, al mismo tiempo, repicando, como dice el refrán.

Emmanuel Macron es la representación de muchos de los actuales liderazgos políticos. Gente que adapta las ideas en cada momento, sin demasiadas convicciones, que pretende ser ni de derechas ni de izquierdas, que apuesta por la transversalidad en el arco político, prioriza el encanto personal por encima de un proyecto o programa, que proclama que las clases sociales son cosa del pasado y que tiene una adaptabilidad fuera de todo tamaño. Profesionales de la política porque ésta se ha convertido en líquida, y que más que afrontar los problemas surfean sobre la realidad apelando siempre a su atractivo. El presidente francés emergió en el 2016 con el movimiento personalista En Marche!, formado como todo francés con pretensiones de ser alguien en la Escuela Nacional de Administración (ENA). Todo un “enarca”, antes de ser presidente, había sido ministro de Economía con el socialista François Hollande y, previamente, trabajador cualificado de la Banca Rothschild.

El triunfo presidencial de Macron en 2017 fue el resultado de la desarticulación y la falta de crédito de los partidos tradicionales, tanto a la derecha como a la izquierda, y acabó beneficiándose del miedo al fenómeno Marine Le Pen, a la que tuvo que derrotar en la segunda vuelta. Llegó a la reelección de este 2022 ciertamente debilitado y con el carisma bajo mínimos.

Sus constantes cambios de rumbo y su arrogancia personal le jugaban en su contra. También su incapacidad para responder a problemas y movimientos sociales nuevos como el de los Chalecos Amarillos, que canalizaron una parte de los muchos descontentos acumulados en la sociedad francesa y que cada vez más recoge una extrema derecha normalizada como el Frente Nacional o un movimiento populista que a la izquierda dirige Jean-Luc Mélenchon. Volvió a ganar en la segunda vuelta y de forma similar, pero mucho más ajustada, frente también a Marine Le Pen. El beneficio, una vez más, de representar el mal menor aunque ningún entusiasmo. En las elecciones legislativas celebradas hace unos días, se ha mostrado su debilidad, ya que ha perdido la mayoría parlamentaria y debe gobernar con acuerdos, algo a lo que parece poco dado y acostumbrado.

Tiene cinco complejos años por delante. El recurso al “patriotismo constitucional” probablemente le será insuficiente para lidiar con los numerosos problemas económicos y sociales que tiene un país con franca declinación además de escindido de forma interna. Las promesas, como las expectativas, pueden demorarse un poco en el tiempo, pero hay que cumplirlas o el desencanto y el rechazo se convierten en contestación.

En política exterior Macron quiso presentarse como intermediario entre Ucrania y Rusia, alegando su buena sintonía con Putin y el tradicional vínculo de Francia con Rusia. El dirigente ruso le castigó con una fotografía en la que la longitud de la mesa era tan grande que impedía cualquier comunicación. Lo ridiculizó. Después ha mostrado una solidaridad impostada con Ucrania, y en este país han acabado por reírse de él a base de incumplimientos y de abuso de buenas palabras.

Últimamente, de la mano del canciller alemán y de la presidenta de la Comisión Europea ha viajado a Kiiv para dar las malas noticias al presidente ucraniano, que son que esta guerra, siendo realistas, Rusia no puede perderla y que habrá que ir pensando en cuáles son las concesiones territoriales suficientes para aplacar al imperialismo ruso, al menos a corto plazo. Un planteamiento ciertamente práctico, pero que, expresado públicamente, refuerza la imagen de político frío y oportunista del dirigente francés. Pero Macron no es un líder especialmente singular. Es ciertamente una versión muy francesa de una manera de entender la política cortoplacista sin ideas, faltada de convicciones y sin ningún proyecto real de cambiar las cosas.

Me ahorro dar más ejemplos.

Susana Alonso
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