Mi amiga Clara Ponsatí

Siempre he tenido debilidad por la gente mayor; bueno, vamos a ver, empatía, acercamiento, ganas de conocer lo que sentían, eso está mejor. Mi trayectoria laboral estuvo siempre relacionada con los adolescentes de entre doce y dieciocho años, pero en un momento determinado se cruzaron en mi camino personas ya jubiladas justo en el momento en el que me faltaba la mitad para cerrar ese ciclo de la vida. Fue un descubrimiento esencial para mi formación humana, pues supe apreciar todo lo que ellas querían exponer, unas vivencias muy íntimas y llenas de vicisitudes. La verdad, resumiendo, exigían básicamente que se las escuchara, que los más jóvenes fuéramos capaces de parar nuestras vidas un instante para atender a sus demandas, para que esas arrugas que surcaban sus caras mostraran la vitalidad que aún llevaban dentro.

Pero no fue ahí únicamente donde descubrí a seres maravillosos, porque, al fin y al cabo, en esos centros de mayores la actividad era frenética y no se percibía ni un atisbo de enfermedad. El golpe de realidad lo tuve al visitar a una vecina a la que siempre había saludado mientras vivía en el barrio. En esa especie de cárcel sobrellevaba las horas con otras mujeres y hombres, intentando conjugar las manías y los inicios de enfermedades incurables que se percibían en las miradas y en los temblores.

Un día, una sonriente mujer me abordó y me preguntó si yo era su amigo. La asistente me guiñó el ojo y lo entendí enseguida. Mi respuesta afirmativa fue un bálsamo para esa anciana que me fue recordando uno a uno todos los momentos que habíamos vivido juntos. Naturalmente, no la conocía de nada, pero mi corazón y mi mente se debatían entre llorar por su situación o hacerla feliz riéndome con ella. Pueden imaginar que opté por lo segundo.
Desde entonces, a esas personas que pierden la cabeza les tengo un cariño especial. Y una de ellas es Clara Ponsatí. Cuando escribió aquella frase “De Madrid, al cielo” en Twitter, en los inicios de la pandemia, cuando la cifra de muertos todavía no era preocupante, muy pocos se dieron cuenta de que Ponsatí había traspasado esa línea entre lo cuerdo y lo demente. La derecha madrileña salió en tromba contra una mujer que hacía tiempo que desvariaba, que no sabía exactamente lo que decía. Hasta el futbolista Pepe Reina respondió con un “hay que ser hdp” (ya lo entienden). Pablo Echenique dijo: «Esto de Clara Ponsatí, retuiteado por Puigdemont, cuando tenemos más de 200 muertos por coronavirus en Madrid, es vil y repugnante». Más comedido fue el alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida, que zanjó el asunto diciendo “no nos distraigamos, juntos saldremos adelante, no hay un minuto que perder”. Un error, el de caer en la trampa de la provocación, que no supieron calibrar. Ponsatí no se merecía ese escarnio en las redes porque no estaba en su sano juicio. Y en esas circunstancias, era mejor reírse, responderle con un aplauso virtual, con una carita de esas con un besito al lado. Pobrecita.

Justo un año después, Ponsatí la ha vuelto a liar. Desgraciadamente, su situación mental ha empeorado. Dice ahora que “ve a España dispuesta a matar” si el independentismo resurge. No vi odio en sus palabras; más bien descubrí que la enfermedad había avanzado, que, quizás por las visiones de la guerra de Ucrania, la exconsejera de la Generalitat, mezclaba imágenes, países, dirigentes y hasta lenguas. Me dio pena esa mirada absorta en su mundo, en su soledad, sin nadie que la apoyara en su aseveración. Me hubiera gustado estar a su lado cuando de aquellos labios finos salieron esas palabras. Le hubiera dicho que podía confiar en mí, que era su amigo. Le hubiera respondido con un abrazo, acompañándola en su delirio, uniéndome a su lucha, confirmándole mi predisposición a morir por la causa, a asumir ese riesgo si eso conseguía la ansiada independencia. Ella me miraría con esos ojillos tristes y se iría a dormir con una tranquilidad que ni las pastillas consiguen. Y hubiera hecho la buena acción del día. Saldría de allí con el estómago encogido, pero convencido de haber hecho una buena labor. Se equivocan si la atacan. Hay que tener muy poca humanidad para abalanzarse sobre una enferma, por mucha rabia que nos dé lo que dice. Un poco de sensibilidad, por favor.

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