La independencia energética de Cataluña

Susana Alonso

Una vez que los diseñadores y ejecutores de los hechos de 2017 han fracasado en su miedoso intento de independencia, están buscando todo tipo de sucedáneos para mantener entretenido a su personal. Han inventado quimeras como la independencia digital, la alimentaria, la fiscal… y, últimamente, hablan de la independencia energética.

Los que hablan de ello no se explican muy bien, pero más o menos vienen a decir que la energía que necesita Cataluña debe producirse en el país. Nada de resucitar el antiguo reino de Aragón y que una gigantesca butifarra de cables de muy alta tensión (la llamada línea Garraf) venga de Teruel, aproveche en parte las infraestructuras de las nucleares de Ascó y nos lleve la energía renovable producida en tierras aragonesas. En definitiva, los megavatios serán catalanes o no serán. Como los Juegos Olímpicos de invierno: o son totalmente catalanes o no queremos compartirlos con Aragón.

Como ocurre a menudo, es un posicionamiento más bien pueril. Supongo que para alcanzar la catalanidad de los megavatios no es suficiente con que el sol y el viento sean nuestros; aun así, el viento que mueve los aerogeneradores de la Terra Alta (por ahora, el 25% de la energía renovable producida en Cataluña) viene de Aragón a través del valle del Ebro. Pero el capital necesario para realizar estas gigantescas inversiones económicas es del Ibex o de fondos extranjeros, a menudo buitres; las tierras raras necesarias para producir placas y aerogeneradores no las tenemos en Cataluña; los mástiles de acero y las palas de los aerogeneradores no se fabrican en nuestro país y, una vez producidos los megavatios catalanes, deben circular por líneas que por ahora son propiedad de Red Eléctrica Española. Y para acabar de abonarlo, la Administración que debe autorizar la instalación de parques >50 MW es la del Estado.

O sea, que pensar que los megavatios serán catalanes por la única razón de que el sistema de generación estará fijado en tierras catalanas o anclado en mares catalanes, es muy inocente pero también altamente peligroso. El peligro deriva del hecho de que los partidarios de una transición energética a la catalana encuentren bien todo lo que se pueda instalar en Cataluña para producir renovables, sin valorar adecuadamente los impactos negativos que determinadas actuaciones tienen sobre el paisaje, la biodiversidad, el sistema económico e incluso la salud. No todo vale para alcanzar esa supuesta independencia energética; si debemos sacrificar gente y territorio, hay que hacerlo una vez agotadas todas las demás alternativas para dejar de consumir combustibles fósiles. Y de una forma planificada, sin incertidumbre alguna sobre los efectos negativos.

Tenemos un ejemplo muy reciente de estos peligros. La comisión de Acción Climática del Parlamento de Cataluña ha rechazado una propuesta de resolución de la CUP contra la construcción del parque eólico marino Tramuntana. Los de Vox se abstuvieron y el resto de partidos votaron en contra (tanto independentistas como constitucionalistas). A los miembros de la comisión ya les parece bien que una empresa promueva la construcción de una gigantesca macrocentral eólica frente a las costas del Empordà (un polígono industrial rodeado de parques naturales), con 65 aerogeneradores de 250 metros de altura (la aguja central de la Sagrada Familia, cuando esté terminada, tendrá 170), flotantes, con una ocupación de más de 150 km2 (equivalente a 15.000 campos de fútbol), con cables que deben llegar al suelo (destrozando todas las comunidades litorales) y después hasta Santa Llogaia o Sant Julià, con líneas de alta tensión que cruzarán el territorio. Eso sí, en el horizonte del 2030, este polígono industrial produciría un 16% de las renovables en Catalunya. Por tanto, serían megavatios tan nuestros como nuestra leche         .

Parte de los diputados que lo defienden utilizaron el argumento de la independencia energética de Cataluña. Pienso que es un argumento engañoso y que no justifica en modo alguno el destrozo del Empordà. Habría que anteponer la sensatez al sueño de la independencia energética y, como mínimo, atender al posicionamiento de los científicos, que han rechazado en un manifiesto este macroparque por sus impactos sobre una zona que representa el patrimonio natural marino más importante de Cataluña y el de más riqueza en biodiversidad del Mediterráneo noroccidental.

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