Joan Laporta cumplió, en efecto, con su promesa o intención de convencer a los socios del FC Barcelona para que le votaran como presidente, suceso inolvidable e histórico que se produjo el 7 de marzo de 2021 en el que, a partir de ese momento, dejó de cumplir absolutamente con todo aquello en lo que había empeñado su palabra.
De ofrecer un relato imbatible, como renovar inmediata y rápidamente a Leo Messi, encontrar un entrenador ganador para su proyecto, elegir entre los patrocinadores para la camiseta que había cola en la puerta, fichar mínimo a Haaland y superar con nuevos y revolucionarios ingresos la afectación por la covid, un aspecto que siempre ha relativizado como si no hubiera tenido efecto en el club, Laporta ha pasado a un estado de precariedad e insuficiencia, retrógrado, minimalista y marcado por exactamente todo lo contrario de lo que afirmó en campaña.
A incumplir la totalidad de las promesas realizadas en una campaña electoral se denomina mentir, simple y llanamente, aunque no lo vean así ni los medios de comunicación en un 99% y menos aun ese aparato de prensa y de comunicación laportista que controla y domina el entorno mediático.
Entre tanto, Messi se fue a París engañado y tan dolido que, en la gala del Balón de Oro, el presidente del FC Barcelona no pudo ni acercarse al argentino para evitar un desaire, ni fue posible la foto de los tres Balón de Oro atribuibles a la herencia de Josep Maria Bartomeu con Leo Messi, Alexia Putellas y Pedri como los futbolistas dominadores del planeta. Claro está que Laporta rebajó hasta niveles lo más bajo posible este éxito sin precedentes en la historia del FC Barcelona.
Días después, completamente dominado por sus avaladores no electos, pues Laporta prometió que Jaume Giró sería su vicepresidente económico, el presidente también echó a Griezmann, calculadamente para darse un beneficio en la segunda temporada, eliminando de la ecuación no menos de sesenta goles que luego tanto ha echado de menos el equipo.
En lugar de Haaland y Mbappé, con quienes también tenía tan “buen rollo” como con Messi, aterrizaron los refuerzos que Bartomeu ya tenía apalabrados como Memphis y Éric García con la guinda del Kun Agüero, desgraciadamente baja a los pocos meses a causa de una miocarditis.
Desnudo de cabeza a pies después de ganar las elecciones, atado de pies y manos por lo socios extraños y ajenos a la candidatura como Jaume Roures y José Elías que salvaron al presidente de los avales -irregularmente, por cierto tras haber jurado y perjurado 25 veces que los tenía preparados en otro de sus grandes embustes- Laporta ha visto como su única intervención en el área del primer equipo, como mantener contra viento y marea a Koeman, el entrenador que no quería ni ver por no traer a Xavi, ha resultado una catástrofe que ha dado inevitablemente con el equipo fuera de la Champions en octavos por primera vez en 20 años.
Ciertamente, los suyos que viven del momio y miles de socios aún anestesiados por el embrujo de una campaña exclusivamente basada en que Bartomeu era un desastre siguen celebrando este descenso a los infiernos que no ha hecho más que empezar.
Laporta ha batido todos los récords de engaños habidos y por haber, aunque ha conseguido que nadie le tosa en el entorno, pues pronto ya no habrá avales, no hay ningún control económico y una deuda inasumible que tiene previsto aumentar para provocar, sin ningún disimulo, la conversión a un modelo SA.
A todo esto, lleva nueve meses prometiendo levantar las alfombras del pasado sin que, de momento, haya encontrado nada. ¿Cuántas veces ha amenazado a Bartomeu con airear presuntas prácticas ilícitas penales? Ya se ha perdido la cuenta. El 2022 será más de lo mismo o peor, desde luego. Nada hace suponer que vaya a cambiar el personaje, el entorno ni la negligencia en la gestión. En eso saca un sobresaliente.
