Autoconsumo eléctrico, ¿Una quimera?

Con el precio de la energía eléctrica incontrolado y, según parece,  incontrolable suele dirigirse la mirada al denominado autoconsumo eléctrico. ¿En qué consiste? Básicamente en que los ciudadanos seamos generadores de energía, satisfaciendo en parte nuestra propia demanda térmica y eléctrica. En pueblos y ciudades el autoconsumo se basa sobre todo en placas solares aunque otras fuentes sean también posibles (como la geotérmica y la biomasa); de momento la eólica carece de tecnologías apropiadas al autoconsumo, al menos en zonas densamente pobladas.

El autoconsumo es posible por tratarse de energías alternativas (o verdes) que permiten una generación distribuida. En cambio, ni con los combustibles fósiles ni con la nuclear era factible fabricar la energía a pequeña escala: hacían falta grandes centros de producción y luego transportar la energía, con pérdidas significativas, hasta los puntos de consumo. Se debe evitar reproducir este modelo con las renovables, aunque todo apunta que no será así. Las mismas compañías eléctricas tradicionales (las seis más importantes concentran un 65% del negocio de las renovables en España) reducen la transición energética al modo de generar la energía, no a un cambio en profundidad de todo el sistema.

Vamos a considerar cuáles son las principales limitaciones al autoconsumo planteado como una huida de la dependencia de los precios desorbitados de la energía. No olvidemos que hace poco, el gobierno del PP (acaso aconsejados por el primo de Rajoy) había establecido un impuesto al uso del sol. Esta si fue una barrera insalvable durante años.

En primer lugar, con el autoconsumo no consigues aislarte de la red: la necesitarás si tu demanda supera puntualmente a la producción, para cubrir los días y horas nocturnas sin energía solar y también para vender tus excedentes, si los tienes. Al menos hasta que no se disponga de sistemas capaces y competitivos de almacenar energía, seguirás teniendo un contador y unos contratos, pagando impuestos y peajes atípicos y seguramente con un coste fijo de potencia instalada.  Reducirás evidentemente el precio de la energía, probablemente de modo significativo, pero seguirás cautivo de los vaivenes del mercado.

Pero hay más limitaciones. No todos somos propietarios del techo que nos cubre, como sucede si vivimos en una vivienda de alquiler; acaso sea el propietario quien quiera hacer el “negocio”, como ya sucedió con la instalación de antenas repetidoras de telefonía. Y en viviendas plurifamiliares, el techo es compartido y quizás la superficie a repartir sea insuficiente para dar energía  a todos los inquilinos del edificio. Es evidente que ninguno de estos problemas de plantea en una casa unifamiliar aislada, bien orientada y con un espacioso jardín. ¿Es el autoconsumo una solución elitista?. No creo, pero cabe formularse esta pregunta.

Otra barrera importante es de tipo económico: el autoconsumo exige una inversión para la instalación de los paneles de generación de calor y energía. Es decir, debe hacerse un gasto significativo para ver reducida la factura de la “luz” a lo largo del tiempo. Se estima  que la instalación puede amortizarse en 6 o 7 años, pero el tiempo de retorno depende de muchos factores, Existen subvenciones (insuficientes) de las administraciones y también hay empresas que ofrecen una especie de “renting” o “leasing” de modo que vas pagando poco a poco la inversión, en gran parte con el ahorro. Por tanto, la barrera económica es superable pero debe hacerse un análisis suficiente antes de decidirse por el autoconsumo.

También debe valorarse que no es una solución universal; quizás nuestro techo esté mal orientado, quede a la sombra de otros edificios o vivamos en una zona del país con horas de sol por debajo de la media. Y por último está la barrera tecnológica: no tenemos ninguna seguridad que una instalación, que ha de funcionar al menos 30 años, no quede rápidamente obsoleta por la mejora en la eficacia de las placas o por nuevos elementos generadores de energía (como las llamadas paredes eólicas, sólo en fase de ensayo muy preliminar).

Estamos probablemente ante uno de los mayores retos a los que jamás se ha enfrentado la Humanidad: realizar una transición energética desde combustibles fósiles a energías renovables como única manera de reducir drásticamente las emisiones de gases de efecto invernadero que causan el cambio climático. Y la ley de Cambio Climático y Transición Energética (Ley 7/2021) ha marcado horizontes; en 2050 les emisiones de CO2 tendrán que ser neutras, es decir sólo se emitirán aquellas cantidades que los sumideros (los océanos, sobre todo) sean capaces de asimilar.

La transición energética ha de suponer un cambio de modelo, no basta con cambiar sólo la forma de generación y mantener todo lo otro (incluido el paso por contador). Y en este marco, la generación distribuida y el autoconsumo han de aportar una parte significativa de la generación eléctrica, evitando la construcción de macro-centrales de renovables destructoras del paisaje y el territorio.

Quimera tanto puede ser una ilusión que se anhela como un monstruo fabuloso. Para que el autoconsumo sea lo primero y no lo segundo, es necesario resolver la mayoría de las barreras que he expuesto en este artículo. En todo caso, es sólo una reflexión para promover el diálogo.

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