La violación de Cataluña

Incluso al violador más astuto, esquivo y sagaz le llega la hora de rendir cuentas, como a cualquier delincuente o maleante. La corrupción política, así como los abusos de poder son delitos muy graves y que, en cierto modo, tienen un parecido evidente con la violación: el violador es, a fin de cuentas, alguien que se toma su posición social o jerárquica para abusar de los demás. Para decidir por el otro, para usarlo a su antojo.

Les ruego que me disculpen si creen que voy a banalizar la violación de una mujer (o de un hombre) en este texto: nada más lejos de mi intención. Y, sin embargo, es cierto que usaré el símil de la violación para hablar de un fenómeno político y social. Es una licencia que me otorgo, a sabiendas de que podría ofender a alguien. Espero que, al fin del texto, hayan comprendido mi intención y mi argumento. Si no es así, será mi torpeza pero no mi mala intención lo que les habrá molestado.

Pero siento que la comparación es oportuna cuando me refiero a lo que han hecho los políticos nacionalistas catalanes con su pueblo (es decir, con la ciudadanía de Cataluña) durante esos 10 años últimos. Han violado a su ciudadanía. ¿Quizás debería decir la han violentado? ¿De qué otra forma se puede contar la suma de acciones emprendidas por el gobierno regional en nombre de un proyecto de independencia? ¿Acaso un violador de mujeres y un violador de cuerpos sociales no parten de la premisa (enfermiza) de que usan al cuerpo del otro para sus fines porque creen que les pertenece de algún modo?

Dice el violador de mujeres: la ataqué porque llevaba la falda muy corta y andaba provocando. Dice el político nacionalista: hice lo que hice (y quizás lo volvería a hacer) porqué me lo pedía mi electorado y porque es algo a lo que tengo derecho. Reclamo mi derecho a la libertad de acción.

Dice el violador de mujeres: respondí a la llamada de la naturaleza. Dice el político nacionalista: yo tenía un mandato democrático naturalizado (o legitimado, o autorizado) por las urnas del 1 de octubre. Poco importa que el referéndum fuese ilegal, las urnas compradas en un bazar y que ninguna autoridad internacional (¡incluso las contratadas para tal fin!) diesen su visto bueno.

Dice el político nacionalista: yo les prometí una república feliz y ejemplar a cambio de seguir mis consignas y desfilar tras de mi. Un violador de mujeres, en Francia (citado por Ivan Jablonka en «Laetitia o el fin de los hombres») le dijo al juez, tras pedir perdón, que solo esperaba que la mujer violada recordase el buen rato que le hizo pasar.

En octubre de 2017 alguien pretendió cambiar la nacionalidad de la ciudadanía de casi 7 millones de personas. Lo hizo en nombre de una idea tan descabellada como romántica (en el peor sentido de la palabra romántica). Lo hizo, también, para mantener su estatus y su posición ante un mundo cambiante y líquido, globalizado para bien y para mal, del mismo modo que el hombre violador siente la necesidad de reivindicar la vieja autoridad del macho en un mundo que, por fortuna, se feminiza. Quien cometió ese abuso no solo es incapaz de mostrar arrepentimiento (incluso tras un indulto, legal pero indudablemente generoso): también promete repetir su acción en cuanto pueda: la reincidencia es, tristemente, algo frecuente en los violadores.

Susana Alonso

Quizás la violación de una mujer (o de un hombre) no es comparable a la violación de un cuerpo social, ya que concurren elementos y características muy distintas. Pero un cuerpo social es una entidad física y real que posee unos derechos, una legalidad que lo protege. En un estado democrático como lo es España (y eso nadie lo discute), no se pueden violentar los derechos de la ciudadanía en nombre de ningún deseo, ilusión o fantasía romántica.

Quizás alguien empieza a comprender todo ante un 11 de Septiembre que la ANC no levantó ni con ofertas de última hora. Quizás eso explique el sorprendente perfil bajo de Pere Aragonès, la eliminación de Pilar Rahola de los medios del señor Godó y otros fenómenos pequeños que indican el final agónico de aquella ilusión que era, nada más y nada menos, una violación en toda regla. Algo muy lamentable y que todo el mundo desea que no se repita nunca más.

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