Puigneró dimisión

Lo mínimo que se le puede pedir al miembro de un gobierno es que respete las normas que dicta para la ciudadanía, algo que a personajes como el vicepresidente de la Generalitat, Jordi Puigneró les cuesta entender, muy seguramente porque creen que Cataluña es una casa particular donde pueden hacer y deshacer a su gusto. Probablemente esta es la razón profunda que ha llevado a una de las máximas autoridades catalanas a asistir a la paella que Pilar Rahola organiza cada año a mayor gloria de un puñado de fugitivos de la justicia y fotografiarse con un grupo de 21 personas sin mascarilla y sin distancia de seguridad ni ningún tipo de precaución en plena quinta ola de la pandemia de Covid.

En un país normal Puigneró habría dimitido. Y no nos referimos al Reino Unido, donde el ministro de Salud, Matt Hancock, dimitió después de saltarse con su amante las restricciones por el coronavirus, ni tampoco a Irlanda, donde el ministro de Agricultura, Dara Calleary, abandonó su cargo después de que lo pillaran en una reunión multitudinaria donde había más de 80 personas, ni a Nueva Zelanda, donde el ministro de Sanidad, David Clarck, se fue cuando lo descubrieron saltándose el confinamiento.

Hablamos de esta España que tanto desprecia el vicepresidente Puigneró, donde han dimitido políticos de todos colores por romper las normas anticovid, como el concejal de Salud y Deporte del Ayuntamiento de Cumbres Mayores, Félix Delgado, quien abandonó el acta de concejal tras participar en una botellón, o el concejal de Juventud y Deportes de Galdakao, Ibon García, quien fue descubierto saltándose las medidas sanitarias decretadas contra la pandemia.

Claro está que para dimitir hay que tener una dignidad de la que el vicepresidente no parece ir muy sobrado. La sustituye por la soberbia de quien se siente superior a la plebe y la confianza de quien se cree por encima de la ley. En cualquier otro lugar del mundo, si se hubiese resistido a dimitir, habría sido cesado, pero para ello sería necesario que el presidente de la Generalitat tuviera un mínimo de autoridad. Y ¿qué autoridad puede tener alguien que entre formar un gobierno capaz de afrontar los problemas de la gente o permanecer rehén del nihilismo de JxCat optó por la segunda opción?

Si Cataluña fuera un país normal Pere Aragonés habría cesado a Puigneró. Y no sólo por saltarse la normativa anticovid; también por mentir de forma descarada a la ciudadanía. El vicepresidente de la Generalitat faltó de forma flagrante a la verdad al asegurar que cumplía la normativa Covid francesa, donde se hacía la paella a la que asistió. Sólo hay que hacer una pequeña búsqueda en Internet para encontrar la página de recomendaciones de viaje del gobierno francés y ver que los vecinos del norte mantienen prohibidas las reuniones de más de 10 personas y que en el departamento de los Pirineos Orientales, donde la pandemia pega más fuerte, es obligatorio el uso de la mascarilla.

El vicepresidente sigue en su cargo y la única consecuencia de una conducta cínica y reprobable es el ligero tirón de orejas del consejero de Salud quien, sin citarlo por su nombre, recordó que «todo el mundo debe cumplir con las normas y más un responsable político».

Lo peor del caso es que Puigneró se siente atacado injustamente, no acaba de entender el escándalo que ha provocado un acto que él considera como un tema privado. Es de suponer que ver como no se habla casi de otro de los asistentes al banquete, el diputado de JxCat Joan Canadell, ayuda a esta incomprensión. O sencillamente que crédulo como sólo puede ser un hombre que piensa que Colón era catalán, hizo suyas las palabras del ex presidente de la Cámara de Comercio, quien afirma sin rubor que «estábamos en un lugar de la Cataluña Norte, donde las normas son tener certificado de doble vacunación o test de antígenos de 24 horas máximo para poder cruzar la frontera. No se incumplió ninguna norma. Gracias». Un juego de trilero que confunde de forma interesada los requisitos para entrar en Francia con las normas vigentes en el país para intentar controlar una pandemia que ha acabado amb  decenas de miles de vidas.

El gran drama de esta Cataluña decadente es que mañana Puigneró y Canadell seguirán en su cargo cobrando del erario público. Que vivimos en un país donde si eres de la colla que manda puedes hacer lo que quieras y quien se atreve a criticarlo, a pedir que se actúe como en uno de esos países normales que aspiramos ser, se convierte de forma inmediata en un botifler.

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