Gambito de dama del PSC en el Parlament

El 29 de marzo de 2021, cuando Salvador Illa recibió un whatsapp de un grupo de simpatizantes quizás pensó que debía sacrificar una pieza para ganar la partida en la nueva legislatura que daba comienzo en Cataluña.

El mensaje decía esto: “Bona tarda, Salvador. En la votació de demà, la jugada més positiva, encara que dolorosa seria que votéssiu afirmativament a Pere Aragonés. Es el que es diu fer un Manuel Valls. És l’única manera possible de desplaçar del poder a Puigdemont, i deixar-los en fora de joc. En un altre cas caminem cap a unes eleccions anticipades en les quals JxCat pot recuperar el vot útil que es va anar cap al PDECat. Una abraçada.”

El día siguiente, el candidato de ERC Pere Aragonès se sometía a la segunda votación de su investidura sin tener cerrado el apoyo de Junts, que quería imponer unas condiciones draconianas controlando la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals y manteniendo la Generalitat como un títere a las órdenes de Puigdemont a través del Consell per la República.

Estaba cantado que, salvo sorpresas, el candidato de ERC no lograría ser investido. En ese caso, ERC y Junts dispondrían de dos meses para lograr un acuerdo y elegir a un presidente. La primera vuelta de la investidura, el viernes 26 de marzo, terminó con una votación en la que Pere Aragonès quedó lejos de la necesaria mayoría absoluta: 42 votos a favor (ERC y CUP), 61 en contra (PSC, Vox, En Comú Podem, Ciudadanos y PPC) y 32 abstenciones de Junts.

En la segunda votación, a Aragonès le bastaría la mayoría simple para ser investido -más votos a favor que en contra, pero a efectos prácticos no cambiaba nada, porque necesitaba el voto a favor de Junts y, salvo sorpresas de última hora, los resultados serían los mismos que el viernes.

Antes de ir a dormir, Salvador Illa envió un mensaje a todos los diputados de su grupo: “Dejad los móviles conectados, quizás recibís un mensaje a partir de las 7 de la mañana de mañana martes y deberéis reaccionar inmediatamente”.

No durmió, no pudo dormir, se pasó toda la noche en vela calculando la repercusión de tomar aquella decisión.

Lo que era evidente en cualquier clase de hipótesis que la mente de Illa barajaba es que JxCat quedaría en fuera de juego, ERC tendría presidente y por tanto controlaría el poder ejecutivo, pero no contaría con mayoría en el Parlament, y se vería siempre necesitado del apoyo de JxCat o PSC para aprobar leyes. El PSC se quedaría en la oposición, como ya estaba durante años y como volvería a estar tomase la decisión que tomase.

Lo que más preocupaba a Illa era la repercusión de aquel voto rompedor en el electorado socialista y también en el unionista, pero tenía argumentos para convencerles de la rentabilidad de su decisión.

¿Qué habría pasado en el Ayuntamiento de Barcelona si Manuel Valls no hubiese votado a Ada Colau como alcaldesa de Barcelona? Que Ernest Maragall sería alcalde de la ciudad y controlaría el mayor icono municipal de Cataluña para imponer su estrategia independentista y el PSC estaría fuera del gobierno municipal. Todos coinciden, ahora, que fue una jugada maestra de un político de altura con visión estratégica y pragmático. ¿De qué le han servido al PSC todos estos años de procés, siendo políticamente correcto?

La decisión estaba tomada. Puso su despertador a las 7:00 de la mañana y por fin pudo dormir relajado.

A las 7:00 de la mañana envió un whatsapp al grupo parlamentario al completo. Les citaba a las 8:30 en la sede central del PSC en el Poble Nou. La reunión se celebró a puerta cerrada con la única asistencia de los parlamentarios socialistas. Ni siquiera el personal de conserjería pudo permanecer dentro de edificio por razones de seguridad. Los teléfonos móviles de los asistentes fueron desconectados y guardados en una bolsa, para ser recuperados por sus propietarios más tarde, tras la elección del nuevo president. A las 9:30 un autobús, fletado especialmente para mantener la burbuja parlamentaria en estricta confidencialidad, se detuvo en la sede del PSC y transportó a los diputados al Parlament. A las 10:00 dio comienzo el Pleno.

Los discursos se desarrollaron como estaba previsto, con un candidato rozando la humillación ante JxCat, cediendo terreno, pero no el suficiente para contentar el ansia de poder de Puigdemont. No bastó recordar que ERC en su momento había investido a un candidato tan poco apropiado como Joaquim Torra, cumpliendo su compromiso pactado al nombrar presidente del Parlament anterior a uno de ERC.

Según el candidato republicano, había que disponer de un nuevo Govern sin más demora, porque las urgencias no esperan. Estamos en plena pandemia y sufriendo una crisis social y económica enorme. Es un error esperar dos meses. Nos jugamos la credibilidad del proyecto que compartimos. La ciudadanía está agotada.

Los acontecimientos se desarrollaron dentro de los márgenes de lo previsto. Llegó el momento de la votación y se produjo la sorpresa. Votos a favor: 75 votos a favor (ERC, CUP y PSC), 28 en contra (Vox, En Comú Podem, Ciudadanos y PPC) y 32 abstenciones de JxCat. Pere Aragonés quedó proclamado President de la Generalitat de Catalunya.

Se generó un gran alboroto en el interior del Parlament con gritos y acusaciones de diputados de JxCat y la CUP: tongo, botiflers, traidors, etc… con gritos de diputados de Vox, Ciudadanos y PPC: traidores, separatistas, etc… Con la estupefacción de los de ERC y En Comú Podem. Y con el silencio de los diputados del PSC. El alboroto se reprodujo también en el exterior, los medios de comunicación corrieron a publicar un impactante titular, “Illa ha hecho un Manuel Valls”. Los periodistas y tertulianos de TV3 y Catalunya Ràdio se fragmentaron como nunca habían hecho antes. Algunos profesionales que aspiraban a salir beneficiados de una cesión de ERC ante las presiones de JxCat del control de los medios públicos, sintieron algo similar a un crack de la bolsa neoyorquina. Incluso explotó Pepe Antich que ya se veía dirigiendo TV3. Algunos tertulianos lloraron al verse fuera del pesebre. La onda explosiva llegó al presidente del gobierno que preguntaba quien había autorizado aquello. Iván Redondo se lavaba las manos, aunque dijo: “Yo no lo habría hecho mejor”. Otros dirigentes decidieron esquivar la tormenta, o mejor el huracán Gloria en su versión política un año después.

Después del huracán viene la calma. A medida que iban pasando las horas y se analizaba aquella acción, se iban encontrado ventajas para las posiciones socialistas y constitucionalistas en Cataluña. Pero sobre todo era una buena noticia para los catalanes y su economía. El procés había hecho fallida y se abría un nuevo horizonte.

Las fuentes de financiación de Waterloo se habían quedado secas, más de 300 altos cargos y asesores con un coste aproximado de 25 millones de euros anuales, podían cambiar de titular. ERC no había pactado con el PSC, ni el PSC con ERC, pero no se excluía que pudiesen llegar a ciertos acuerdos parlamentarios una vez roto el frente independentista. La posición del PSC no iba a ser peor de lo que fue en anteriores legislaturas. No podía empeorar, estaba por ver si podía mejorar. La CUP perdía peso como socio del Govern, sus diputados ni arreglaban ni desarreglaban nada. Por la noche volvieron a las calles de Cataluña la quema de containers y comercios, ahora se añadían sedes del PSC. Ya no era el 155, ya no era el estado represor, ya no eran los presos, era contra los botiflers que se habían multiplicado.

La militancia socialista sorprendida por aquel giro y desconcertada en principio, volvía al seny y empezaba a ver las ventajas de aquella audaz decisión. La cúpula del aparato socialista se quejaba de la falta de transparencia, pero entendía que, si aquella jugada no se hubiese mantenido en secreto hasta el último segundo, la operación habría fracasado. Al final, las bases y parte del aparato socialista llegaron a creer que se trataba de una hábil maniobra del think tank de Pedro Sánchez.

Volvió a tener sentido la frase de Ortega y Gasset: ¡Haced política, porque si no la hacéis se hará igualmente y es posible que en vuestra contra!

Lo que inicialmente pareció un desastre se fue entendiendo como una nueva forma de hacer política. No hacer lo políticamente correcto, hacer lo que permite avanzar al país.

Salvador Illa preguntado por un reportero si no había traicionado a sus votantes respondió: “Nos concedieron sus votos para mejorar el país y es lo que estamos haciendo”.

* Este artículo también lo firma el catedrático emérito de Sociología Fausto Miguélez

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